Presentimiento

Mientras tanto, en su celda, Dante estaba sentado contra la pared, con el rostro manchado de sudor y la camisa aún abierta por la fuerza con la que lo habían empujado horas antes. No era un prisionero ordinario. Lo sabían. Y eso lo convertía en un trofeo para algunos oficiales.

La puerta se abrió de golpe.

Dos policías entraron. Uno de ellos sonreía con satisfacción venenosa.

—Don Dante —dijo el oficial—. Por fin lo tenemos. El jefe más grande de toda Italia. ¿Qué se siente al caer en una trampa tan sencilla?

Dante apretó la mandíbula.

—No tienen idea con quién se están metiendo —gruñó.

El otro policía se acercó y, sin aviso, lo abofeteó con fuerza.

—Yo lo sé muy bien, Don Dante —susurró con veneno en la voz—. Solo que cumplimos órdenes. Es más, creo que su reinado acaba de terminar.

Los hombres rieron mientras lo arrastraban fuera de la celda, esposado, y lo llevaban a la patrulla que esperaba en el estacionamiento subterráneo. Sus hombres, capturados con él, eran empujados hacia otr
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