Aurora dejó el botiquín sobre la mesa de centro y se puso de pie, sintiendo cómo el aire se volvía más denso en la habitación. A pesar del calor que subía por su piel, se obligó a mantener la calma. Dante la observaba en silencio, sus ojos oscuros fijos en ella, cargados de algo que no podía, o no quería, descifrar.
—Será mejor que suba a mi habitación —dijo Aurora finalmente, su voz más suave de lo que pretendía.
Dante no respondió de inmediato. Lentamente, se colocó de pie, ignorando el dolor punzante en su pierna. Cada paso que daba hacia ella lo hacía con firmeza, hasta que sus dedos se cerraron alrededor de su brazo. Con un movimiento decidido, la hizo girar para enfrentarla, y así quedar a escasos centímetros de sus labios.
—¿Qué diablos me estás haciendo? —susurró Dante, su tono grave y áspero, cargado de frustración contenida.
Aurora alzó una ceja, confundida por sus palabras. Su corazón comenzó a latir más rápido cuando la mirada de Dante descendió hasta sus labios.
—¿De qué