BOLONIA El avión aterrizó con suavidad sobre la pista de Bolonia, y los primeros rayos del atardecer tiñeron de oro las ventanas de la terminal. Aurora descendió con paso sereno, con una carpeta en la mano y el cabello recogido en una coleta suelta. Había hecho ese viaje por encargo de Dante, llevando personalmente unos documentos importantes a Alonzo.Afuera, Alonzo ya la esperaba apoyado contra su auto negro, elegante, inconfundible. Cuando la vio aparecer, una sonrisa amplia le cruzó el rostro. Era como si el mundo se detuviera un segundo. Sus ojos se iluminaron y por un momento, Alonzo se sintió flotando, como si estuviera sobre una nube suave, lejana al ruido del mundo.Aurora también lo vio. Sus ojos se encontraron. Ninguno dijo nada al principio, solo se miraron. Él avanzó unos pasos, y con la misma delicadeza con la que se toca una flor, le ofreció su mano.—¿Vienes conmigo? —preguntó con voz baja, cálida.Aurora asintió, sin soltar la carpeta.—Claro —respondió ella.Subió
Aurora salió del baño envuelta en una toalla blanca que le cubría el cuerpo hasta los muslos. Se sentía más cómoda y descansada.Su piel aún humeaba del agua caliente, y sus mejillas estaban sonrojadas por el vapor. Se sorprendió al ver la bandeja servida sobre la pequeña mesa redonda junto al ventanal. Velas encendidas, platos humeantes, una botella de vino descorchada, todo dispuesto con un esmero casi ceremonial. —¿Alonzo? —preguntó suavemente, sin verlo—. Alonzo ¿eres tu?En ese instante, él regresaba por el pasillo, aún con la respiración contenida. Al oír su voz, se recompuso y sonrió al entrar.—Te dejé la cena… pensé que quizás tendrías hambre —él dijo con su voz agitada, un nudo en su pecho y el deseo latente.Aurora lo miró con dulzura. Había algo distinto en sus ojos, una mezcla de sorpresa y gratitud. Alonzo era un hombre bueno y ella se sentía afortunada de tenerlo en su vida, de tener una amistad como la suya en su vida.—Es hermoso… gracias —dijo ella con una genuina s
Aurora bajó la mirada tras el beso. El aire seguía impregnado de esa electricidad que sólo nace cuando lo prohibido se roza con los labios.El ambiente se sentía con un aura desconocido. —Alonzo… —murmuró ella, sin levantar la vista—. Es mejor que te retires. Te pido por favor que te retires. El silencio que siguió a sus palabras fue denso. Alonzo se quedó inmóvil unos segundos, como si no hubiera entendido. Pero finalmente asintió. En sus ojos no había enojo, solo un dolor resignado.—Tienes razón —dijo, con la voz apagada—. Lo siento, Aurora. Solo que… no pude controlar mis impulsos. Por favor disculpame, en verdad te pido que me disculpes. Ella levantó apenas la mirada. Vio cómo él se alejaba sin decir más, cómo sus pasos resonaban en la madera del piso, cada vez más lejanos. La puerta se cerró con un leve clic. Aurora se quedó sola en la habitación, mirando la vela que aún ardía.Alonzo bajó las escaleras en silencio, con la mandíbula tensa. Al llegar al salón, se dirigió direc
El cielo de Bolonia aún estaba oscuro cuando Aurora comenzó a empacar sus cosas. Se movía en silencio, casi como si temiera que el más mínimo sonido pudiera delatarla. Doblaba su ropa con calma, pero su mirada era distante. El beso de Alonzo seguía ardiendo en sus labios… y la culpa le carcomía el pecho.Se puso un vestido sencillo de lino azul claro, ató su cabello en una trenza floja y respiró hondo. No quería enfrentar a nadie. No quería más palabras, ni excusas, ni miradas de deseo. Solo necesitaba alejarse.Bajó las escaleras en puntillas, con la maleta en mano, y al llegar al vestíbulo lo vio, Alonzo estaba en la sala, con la espalda levemente encorvada, bebiendo en silencio. La luz tenue iluminaba su perfil, y su expresión estaba rota. Ella detuvo su paso unos segundos, lo miró con compasión… pero no se acercó.Con suavidad, giró sobre sus talones y salió de la casa. Cerró la puerta sin ruido. En la calle, tomó un taxi sin mirar atrás.—Al aeropuerto, por favor —dijo ella.M
Aurora retrocedió un paso. Luego otro. Su respiración se hizo errática, como si el aire le quemara por dentro. Esa frase maldita que acababa de salir de la boca de Alonzo, fue como una daga en el pecho—Dante solo la quiso para vengarse de Antonio…Un zumbido ensordecedor le llenó los oídos. Todo lo que había vivido, todo lo que creyó… ¿era una mentira? Un maldito juego de venganza. Sus piernas temblaron, pero encontró fuerza en el enojo, en la humillación. Dio media vuelta y caminó rápidamente por el pasillo. No quería que nadie la viera así. No quería que nadie la siguiera.Cerró la puerta de la habitación con fuerza, casi rompiéndola. Apoyó la espalda contra la madera y se dejó caer. Lágrimas calientes surcaban sus mejillas mientras se cubría la boca para no gritar. ¿Cómo había sido tan estúpida?—¡Estúpida! —se dijo en voz alta, golpeando con el puño la alfombra, ¡Estúpida por confiar! ¡Por creer! ¡Tanto en él como en Antonio! ¡Los dos son la misma mierda!Se levantó tambaleante,
Dante caminó hacia la entrada con pasos firmes, aunque dentro de él se agitaba una tormenta. El eco de los gritos de Francesco aún resonaba en las paredes de la mansión. Al llegar a la gran puerta doble, se detuvo un instante. Respiró hondo, intentando calmar el fuego que le subía por el cuello. Luego, con una sola orden a uno de sus hombres, hizo que abrieran.Las puertas de la mansión se abrieron lentamente, dejando entrar el frío de la noche y la tensión que venía con ella.Las luces del vestíbulo iluminaron los rostros de quienes esperaban afuera. Francesco Greco dio un paso al frente, seguido por Vittorio y un grupo de hombres vestidos de negro, armados hasta los dientes. Algunos mantenían la mirada baja, pero todos estaban preparados para un enfrentamiento.Dante dio un paso adelante, colocándose en el umbral como un centinela. Apretó la mandíbula al ver a Vittorio entre ellos. Sabía lo que eso significaba, esta no era una visita familiar. Era una operación.Su mirada se posó e
El reloj antiguo de la biblioteca marcaba las seis en punto cuando Dante cerró con firmeza el libro que sostenía. El silencio se volvió aún más pesado mientras Francesco, de pie frente a él, lo observaba con expresión impenetrable. La luz dorada del atardecer filtrada por las ventanas teñía de bronce los lomos de los libros, como si el tiempo se detuviera para presenciar lo inevitable.—Es mejor que se retire, Francesco —dijo Dante con voz baja, pero firme—. Aunque no crea que se irá con las manos llenas.Francesco entrecerró los ojos, y su mandíbula se tensó apenas un segundo antes de girarse hacia la puerta.—Eso lo veremos, Dante —replicó Francesco sin volverse del todo, y salió de la biblioteca con paso decidido.Dante lo siguió casi de inmediato, cruzando la sala con paso seguro. Su figura imponente avanzaba como una sombra acechante tras la silueta mayor de Francesco. Al salir al vestíbulo principal, la escena que encontró lo hizo detenerse de golpe.Vittorio estaba de pie junto
Dante permaneció unos segundos en silencio, observando las escaleras por donde Aurora había desaparecido. Luego, sin apartar la vista, hizo un leve ademán con la cabeza hacia Alonzo, que había permanecido al margen, tenso como un resorte.—Asegúrate de que Vittorio y Francesco se vayan. Ahora.Alonzo asintió sin decir una palabra y se acercó a los dos hombres, que aún no habían bajado completamente la guardia. Con gestos discretos, pero firmes, los guió hacia la salida. Vittorio lanzó una última mirada cargada de veneno antes de cruzar la puerta, mientras Francesco murmuró entre dientes algo que nadie alcanzó a entender.Dante no esperó a que se fueran. Apenas estuvieron fuera del umbral, subió las escaleras con pasos largos y decididos. El eco de sus botas resonaba con fuerza en el mármol, como si cada paso estuviera cargado de la misma urgencia que sentía en el pecho. Se detuvo frente a una de las puertas del ala este y la abrió sin llamar.Aurora estaba de espaldas, de pie junto a