El sol apenas despuntaba en el horizonte cuando los primeros rayos se filtraron por las cortinas de lino blanco. La habitación olía a whisky, piel y deseo consumado. Las sábanas revueltas eran el único testigo del desorden emocional de la noche anterior.
Alonzo abrió los ojos lentamente. Sentía el cuerpo pesado, pero no por el alcohol. Giró la cabeza y allí estaba Bianca, dormida, abrazada a su costado. Su cabello castaño cubría parcialmente su rostro, su respiración era tranquila. Parecía en paz. Y sin embargo, algo en el pecho de él le palpitaba con fuerza: un remordimiento inexplicable, una punzada de realidad.
Se incorporó sin hacer ruido, deslizándose fuera de la cama. Caminó desnudo hasta la ventana, empujó ligeramente la cortina y observó los jardines exteriores. A pesar de la calma del entorno, su mente estaba en guerra.
No se giró cuando escuchó la voz suave detrás de él.
—¿Ya te arrepentiste?
Bianca lo observaba desde la cama, con la sábana cubriéndole el cuerpo hasta el pec