Con dolor debo enfrentarme a mi realidad, una donde los malos días llegan y yo no puedo evitarlo porque aunque estoy tomando la medicina, los malestares se están presentando y más rápido de lo que creía.
Agotada salgo del baño y me acuesto en la cama después de asearme lo suficiente para que Maximiliano no se dé cuenta de lo que me ha estado sucediendo. Pero, alguien toca a mi puerta asustándome, porque quizás mis arcadas pudieron alertarlo.— ¿Quién es?— Soy yo, Erick. — dice el señor Barack.— Oh, señor Barack, lo siento. Seguramente necesitaba algo y yo no lo escuché. — digo corriendo hacia la puerta donde veo a un hombre muy débil y triste.— Necesitamos hablar. — dice él y yo cierro la puerta y lo ayudo a caminar hasta la sala para que vea algo diferente a las paredes de su habitación.