42. El Veneno del Deseo
El silencio de la suite se quebraba únicamente con el murmullo lejano del tráfico de Madrid. La penumbra estaba teñida por la luz cálida de las lámparas estratégicamente colocadas, y el aroma del vino tinto aún flotaba en el aire tras la cena.
La mesa conservaba copas medio vacías, platos con restos de risotto y salmón, servilletas de lino arrugadas. Todo había ocurrido en una especie de urgencia civilizada.
Ahora estábamos de pie junto al ventanal que dominaba Madrid iluminado, tan cerca que apenas cabía un respiro entre nosotros. Sus manos recorrían mi cintura con una calma peligrosa, y mis labios buscaban los suyos como si hubieran esperado esta liberación toda una vida.
Nos besábamos con hambre, con esa mezcla explosiva de deseo y necesidad de olvidar todo lo que nos rodeaba. Cada roce era un recordatorio de que todavía podía sentirme viva. De que existía más allá del papel de esposa fallida que Max me había asignado.
—Lorena... —susurró Alejandro contra mi boca, sus dedos enredánd