92. Revelaciones Perturbadoras
Miércoles, tres de la tarde.
La sala de conferencias del juzgado se siente más pequeña de lo usual con todos nosotros reunidos alrededor de la pantalla de videoconferencia. El aire acondicionado lucha contra el calor de septiembre, pero no puede combatir la tensión que permea cada centímetro del espacio. A mi izquierda, Max ajusta nerviosamente su corbata cada pocos minutos. A mi derecha, el abogado Calderón revisa notas con esa concentración láser que he visto en los mejores litigantes.
La pantalla parpadea y se conecta, revelando una sala estéril de prisión. Santiago Herrera aparece sentado frente a la cámara, esposado y flanqueado por dos guardias. Se ve más delgado que la última vez que lo vi, con ojeras profundas y una palidez que sugiere que la cárcel no ha sido bondadosa con él.
—Señor Herrera —comienza el fiscal—, usted ha aceptado testificar a cambio de inmunidad parcial. ¿Confirma esto?
—Sí —su voz llega distorsionada por la conexión, pero clara en su derrota—. Confirmo.
—Mu