82. La Búsqueda Desesperada
El insomnio se había convertido en mi nuevo estado natural. Llevaba veinticuatro horas sin dormir, navegando por Madrid como un fantasma obsesionado, persiguiendo pistas que se desvanecían tan pronto como las encontraba.
Mi primer instinto fue llamar a Gonzalo Ferrero, el mejor amigo de Max desde la universidad. Si alguien sabría dónde encontrarlo, sería él.
—¿Lorena? —su voz sonaba confundida cuando contestó—. ¿Estás bien? Son las seis de la mañana.
—Gonzalo, ¿has hablado con Max últimamente?
—¿Max? No, desde hace días. Después de todo el escándalo con Isabela y la conspiración, pensé que sería mejor darle espacio para procesar todo. ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
Cuando le expliqué la situación, el silencio del otro lado de la línea se volvió pesado y ominoso.
—Mierda, Lorena. Max nunca hace esto. Incluso cuando éramos jóvenes e irresponsables en la universidad, siempre avisaba si iba a desaparecer por más de una noche. Es... es su manera de ser.
La confirmación de Gonzalo me golpeó como