29. Suite Compartida
Cuando el auto se detuvo, Max salió primero sin esperar al chófer. Caminó hacia la entrada del hotel con pasos largos, furiosos.

Yo lo seguí más despacio, cada paso medido, preparándome para lo que sabía que vendría.

En el elevador, la tensión era tan densa que apenas podía respirar. Max presionó el botón de nuestro piso—sí, nuestro, porque por supuesto había arreglado que nuestras suites estuvieran en el mismo piso.

Las puertas se cerraron, encerrándonos en espacio pequeño donde no había escape.

—No hemos terminado de hablar. —Dijo Max sin mirarme.

—No tengo nada más que decirte.

—Pues yo sí tengo mucho que decirte.

El elevador subió en silencio. Cuando las puertas se abrieron, Max me tomó de la mano—un gesto que a cualquier observador parecería romántico pero que yo sabía era posesión pura.

Me llevó no hacia mi suite, sino hacia la suya.

—Max, suéltame...

Pero ya estaba abriendo la puerta, tirando de mí hacia dentro, cerrando detrás de nosotros.

Y entonces, en la privacidad de esa ha
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