133. Veneno Dulce
El teléfono de Camila va directo al buzón. Otra vez.
Marco por quinta vez en tres horas. Por quinta vez, su voz grabada, alegre y despreocupada, me golpea el tímpano: "¡Hola! No puedo atender ahora. Deja mensaje y te llamo." Esa voz pertenece a una Camila que ya no existe. La Camila de hoy es un fantasma. Y el silencio que sigue al pitido es un ruido blanco que me revuelve el estómago.
Algo está mal. Mi sistema límbico lo sabe antes que mi lógica.
Han pasado tres días desde que la vi romperse al ver a Diego con Amalia.
—¿Otra vez buzón?
Max entra al salón. Trae dos tazas de té de jengibre, mi única defensa contra las náuseas que persisten a pesar de haber entrado en el segundo trimestre. —Quinta vez. —Dejo el móvil sobre la mesa con frustración—. Max, tengo un mal presentimiento.
Se sienta a mi lado. Su presencia es sólida, cálida, un ancla. —Tal vez solo necesita espacio, Lorena. Procesar lo de Diego requiere aislamiento.
—Camila no se aísla así. Ella me bombardea con memes tristes