121. Cuando el Cuerpo Habla
Las luces fluorescentes de urgencias son agresivas. Demasiado blancas. Demasiado frías. Max empuja la silla de ruedas por el pasillo. Siento sus dedos clavados en mi hombro, un agarre desesperado que me ancla a la tierra cuando mi mente solo quiere flotar lejos de esta pesadilla.
—Necesito que respire, señora Walker —repite la enfermera. Su voz es profesional, neutra—. Hiperventilar no ayuda al bebé.
Pero no puedo respirar. Cada inhalación se siente como una traición. Porque tal vez, en este preciso segundo, mi cuerpo está expulsando la única esperanza que nos quedaba. Mi bebé.
Entramos en un box privado. Una doctora joven, con coleta alta y ojeras marcadas, revisa mi historial en una tablet sin mirarme aún. —Soy la Dra. Ruiz —dice, poniéndose guantes de látex—. Entiendo que presenta sangrado vaginal. ¿Cantidad?
—Manchado —mi voz es un graznido—. No mucho. Pero rojo. Brillante.
—¿Dolor?
—Calambres. Fuertes.
Asiente y deja la tablet. —Haremos un examen pélvico y luego una ecografía tran