Esmeralda Salvatierra es forzada a casarse con Alessandro Del valle un CEO arrogante y calculador. ella desea salvar a su familia y no se imagina que todo ha sido un plan de él
Leer másEsmeralda Salvatierra
Mi corazón estaba hecho trizas, lleno de una rabia que no sabía cómo calmar. Cada vez que intentaba buscar ayuda, cada vez que levantaba la voz pidiendo justicia para mi padre, lo único que recibía era un rechazo tras otro. La gente que había estado a nuestro lado en las buenas y en las malas ahora nos daba la espalda. Estaba convencida de que le habían tendido una trampa. Mi padre, el hombre que había dedicado toda su vida a esa empresa, que se había ganado el respeto con honestidad y trabajo duro, ahora estaba en prisión. Lo acusaban de fraude, de robarle a su socio, de desfalcar los fondos de una empresa en la que había invertido su alma y su corazón. Las pruebas que presentaban en su contra eran todas fabricadas, y cada intento de demostrar su inocencia parecía más inútil que el anterior. Además de los amigos de mi padre también los abogados m rechazaban. Cuando llegué a casa, el sonido extraño me hizo detenerme en seco. Al principio, pensé que se trataba de los sollozos de mi madrastra, Mariel. La situación de mi padre la había dejado desesperada, pero pronto me di cuenta de que los sonidos no eran de llanto. Eran gemidos. Mi corazón se aceleró, y sin pensarlo, me dejé guiar por el sonido hasta la habitación de Mariel. Abrí la puerta con cuidado, y lo que vi me dejó helada. La escena que se desplegó ante mis ojos era más devastadora de lo que jamás hubiera imaginado. Mariel estaba en la cama con un hombre, y no era cualquier hombre; era mi novio, Edward, el mismo que me había prometido amor y apoyo mientras enfrentaba la tormenta del arresto de mi padre. Mi respiración se cortó, y por un momento, me quedé paralizada, sin poder procesar la traición que tenía frente a mí. —Oh, Mariel, eres una diosa —decía Edward, su voz llena de una admiración que parecía burlarse de todo lo que había creído. —No, cariño, tú eres mejor. Ya estaba harta del viejito de Rodolfo. Necesitaba a un hombre de verdad como tú —respondió Mariel con una frialdad que helaba el aire. Luego, añadió—: Ahora debes irte. Debo fingir que soy la pobre esposa de Rodolfo Salvatierra y que estoy sufriendo al ver a ese viejo tras las rejas. Y tú debes volver con Esmeralda. Dime, ¿ella es tan buena como yo en la cama? Edward se echó a reír. —Esmeralda es una piedra. No tiene comparación contigo —dijo él con desdén, como si mi dignidad y mi amor fueran nada. Es un miserable porque ni siquiera me he acostado con él aunque me ha insistido varias veces. No pude contener la furia que me invadía. Empujada por un cóctel de ira y desesperación, irrumpí en la habitación sin más preámbulo. El jarrón con agua que encontré en la mesa se convirtió en el vehículo de mi furia. Lo levanté con manos temblorosas, pero determinadas, y lo lancé con toda la fuerza que pude reunir. El agua se desbordó en un chorro frío y violento, empapando a Edward y a Mariel. —¡Miserables! —grité, mi voz temblando con cada palabra. La rabia se filtraba en cada sílaba mientras los miraba, mi corazón palpitando con un ritmo frenético. Mariel trató de recomponerse, sus ojos reflejando una mezcla de enojo y vergüenza. Edward, con el cabello chorreando agua, apenas podía esconder su remordimiento. —¡Cómo osas! —exclamó Mariel, tratando de cubrirse con una sábana mientras se levantaba de la cama. Su intento de mantener la compostura solo la hacía parecer más ridícula. —¡Malditos traidores! —mi voz retumbaba en la habitación, cargada de rabia y desdén—. Siempre supe que tú, Mariel, solo estabas con mi padre por su dinero. Claro, con un hombre que te dobla la edad, todo tiene sentido. Y tú, Edward, eres una basura humana, un miserable. Mariel, aún envuelta en la sábana, intentó mantener la compostura, pero la verdad se reflejaba en su rostro pálido. Edward, con su expresión de arrepentimiento, no sabía dónde esconderse. —No puedes correrme, Esmeralda. Soy la legítima esposa de tu padre —dijo Mariel con un tono de desafío, intentando mantener su autoridad a pesar de la humillación.—¿Y qué dirá tu hermanita, quién me ama como a una madre? —¡Cariño, yo puedo explicarte! —dijo Edward, tratando de acercarse a mí con una mano levantada en señal de calma, pero sus intentos solo agravaban mi furia. —¡Lárguense los dos, antes de que pierda la paciencia! —grité con la voz temblando de indignación. Mi corazón palpitaba con fuerza, y mi mente estaba clara en una sola cosa: no podía seguir soportando esta traición. No había espacio para más palabras, solo para una demanda clara y contundente. Ambos comenzaron a vestirse apresuradamente, sus movimientos torpes reflejaban la desesperación. Los miré con una mezcla de repulsión, esperando que se fueran de una vez por todas, para que el eco de sus mentiras y traiciones se desvaneciera con su partida. Al bajar las escaleras, me di cuenta de que Perla estaba allí, sentada en un rincón con su rostro surcado por la preocupación. Mi corazón se hundió al ver su expresión, y me acerqué a ella con una urgencia desesperada. La abracé con fuerza, buscando consolarla, pero también encontrar consuelo en su abrazo. Perla era la que más había sufrido cuando mamá murió y papá cayó en el alcoholismo hace tantos años. Apenas recordaba a mamá, pues era muy pequeña cuando ella se fue. Había nacido ciega y los doctores explicarle que era muy complicado que vuelva a ver. Mi madre se suicido cuando yo a penas tenía diez años y Perla tres años. Hace más de trece años. De un día para otro ella entro en depresión y acabo con su vida. Jamás nadie nos explico el motivo. Tras la muerte de mi madre mi padre cayó en una terrible y pocos años después conoció a la infeliz de Mariel. Desde que la conocí intuí que ocultaba algo. —¿Qué pasa? ¿Ya vino papá? —su voz temblaba con una mezcla de esperanza y miedo. —Tranquila, hermanita —le respondí, abrazándola con más fuerza, intentando darle un poco de calma y seguridad en medio de este caos. Su cuerpo temblaba entre mis brazos, y pude sentir el peso de su desesperanza. —Quiero que papá regrese, Esme. Promete que lo traerás de vuelta. Promete que él no se irá como mamá. Sus palabras eran un ruego que resonaba en mi corazón. Miré a Perla, sus ojos llenos de una esperanza frágil que me rompía el alma. —Lo prometo, Perla —le dije, con una voz firme a pesar de mi propio dolor—. Haré lo que sea necesario para que papá regrese. No voy a permitir que se vaya como mamá. Haré todo lo que esté en mis manos para traerlo de vuelta a casa. Perla asintió, sus lágrimas se mezclaban con la esperanza en sus ojos. Sabía que no podía fallarle. Ella necesitaba creer en mí, y yo debía ser la fuerza que ella necesitaba en medio de esta tormenta.Hace tres meses que Omar y yo regresamos y vivimos juntos. La rutina se ha asentado con tranquilidad; todo está finalmente en su lugar. He decidido tomarme un año de la universidad para cuidar a las bebés mientras él se dedica a su trabajo en la empresa.Mi papá y Mónica se casarán pronto. Después de divorciarse de Livia, él ha decidido reconstruir su vida, y aunque ve a Elena de vez en cuando, la relación no es la misma. Por su parte, los padres de Omar se han instalado cerca de nuestra casa, ansiosos por estar cerca de sus nietas. Visito a mi mamá casi todos los días; ella está feliz con las bebés, y poco a poco se recupera, aunque lamentablemente nunca podré traerla a casa. Tiene buenos días y otros no tan buenos.En este momento, llevo un lindo vestido azul. Estamos en el bautismo de las gemelas, y el ambiente está impregnado de alegría y expectativa. Los padrinos son Valentina y Bruno, el mejor amigo de Omar, quien ha viajado aquí especialmente para esta ocasión.Sostengo a las b
Han pasado varias horas y aún no puedo creer todo lo que ha sucedido. Lucian está muerto, y Livia, finalmente, está en la cárcel. La pesadilla parece haber terminado, pero el miedo todavía me consume. En este momento, Omar me tiene abrazada, brindándome una sensación de seguridad mientras observo a las niñas dormir en sus cunas, sus pequeñas respiraciones tranquilas me reconfortan.—Fui tan estúpida al confiar en Lucian —susurro, sintiendo una mezcla de culpa y arrepentimiento que me abruma.—No es tu culpa. El imbécil fui yo. Si no te hubiera lastimado, no habrías conocido a ese... —me interrumpe, su voz cargada de emoción. Luego, deja un beso suave en mi frente—. Te amo tanto, Emily.Su calidez me envuelve, y el peso de mis preocupaciones se aligera, aunque sea por un momento. Omar se acerca y me da un pequeño beso en los labios, un gesto que me recuerda lo que hemos superado y lo que aún está por venir.—No tendrás problemas legales por ese tipo, ¿verdad? —pregunto, ansiosa, aunque
Me subí al coche, temblando por dentro, mientras Lucian se acomodaba en el asiento del pasajero, el arma siempre apuntada hacia mí. El volante se sentía helado entre mis manos sudorosas, y el sonido de mi respiración entrecortada llenaba el silencio incómodo dentro del coche. El corazón me latía tan fuerte que parecía que Lucian podría oírlo. —No entiendo por qué haces esto... —le dije con la voz apenas controlada, tratando de mantener la calma. Sentía una mezcla de miedo y confusión que no lograba procesar. Lucian me miró, su expresión oscura y llena de resentimiento, mientras sus dedos tamborileaban sobre el arma, como si estuviera disfrutando de mi miedo. —Sabes, cariño... tu padre fue muy cruel conmigo —comenzó a decir, su tono frío, pero cargado de rencor—. Él violó y torturó a mi hermana... El mundo pareció detenerse por un momento. No podía creer lo que estaba escuchando, mi padre... Matt. Mi mente intentaba procesar la confesión, pero cada palabra de Lucian me hundía más e
Han pasado varios días desde que Omar me pidió ese día. Finalmente, lo acepté, y será mañana. Estoy nerviosa. Sé que sus papás cuidarán a las niñas, y aunque no tengo idea de adónde me llevará, puedo sentir que él está planeando la cita perfecta. Es extraño, después de todo lo que sucedió entre nosotros, estar aquí, esperando esa cita, como si todo pudiera volver a ser como antes. En este momento, estoy en el parque paseando a las bebés. Valentina, la hermana de Omar, me acompaña, y aunque intento relajarme, la ansiedad me invade. Miro a las niñas mientras duermen tranquilamente en sus cochecitos, sus pequeñas respiraciones acompasadas me llenan de paz, pero mi mente sigue dándole vueltas a la cita. —Dime algo... —le ruego a Valentina, quien camina a mi lado con una sonrisa que no ha desaparecido desde que llegamos al parque. Ella ríe, divertida, y sacude la cabeza. —No te diré nada de esa maravillosa cita que planea mi hermano —me responde con una sonrisa traviesa. Se detiene
Me encuentro en la casa de mi papá, en la habitación de las niñas, rodeada de un ambiente cálido y acogedor. Mi papá, con todo su amor y dedicación, había decorado la habitación de una forma maravillosa. Las paredes estaban pintadas en tonos suaves de lavanda, con detalles en blanco y rosa, y unas pequeñas mariposas adornaban los rincones. Los muebles eran de madera clara, dándole a la habitación un toque delicado y elegante. Todo estaba dispuesto perfectamente para nuestras princesas, Samantha y Sole. Me llenaba de paz estar aquí, en este espacio pensado para ellas. Omar, por su parte, estaba conmigo. Se había ofrecido a acompañarme, y aunque su presencia me daba seguridad, ya era muy tarde. Él estaba sentado en el sillón junto a la ventana, mirando hacia afuera como si contemplara algo en la distancia. Yo sabía que estaba buscando una excusa para quedarse más tiempo, haciéndose el tonto para no irse. Había estado evitándolo durante la última hora, pero la verdad era que ya no sabí
Desperté lentamente, sintiendo una calma que no había experimentado en meses. El agotamiento del parto todavía pesaba sobre mi cuerpo, pero una sensación de alivio lo cubría todo. Mis ojos se abrieron despacio, y lo primero que vi fueron a mis dos pequeñas princesas, cada una en su cuna, durmiendo plácidamente. Sus cabecitas doradas brillaban bajo la luz suave, y aunque sus ojos estaban cerrados, recordaba la intensidad de sus miradas cuando las vi por primera vez. Sonreí al verlas, eran perfectas. La habitación estaba decorada con globos y arreglos florales. Rosas, mis favoritas, adornaban cada rincón, llenando el aire con su fragancia dulce y fresca. Todo a mi alrededor respiraba alegría, y la vista de tantos detalles me inundó de un calor reconfortante. Omar estaba sentado al lado de las cunas, observándolas con una sonrisa que le iluminaba el rostro. Parecía agotado, pero había algo en sus ojos, una mezcla de profundo amor y alivio. Sabía que no se había movido de mi lado en t
Último capítulo