Mientras tanto, Evan permanecía sentado al borde de la cama, una sonrisa satisfecha curvando sus labios. Había logrado su objetivo, y eso le complacía. Estaba seguro de que Hayley no tendría más opción que aceptar la tarjeta que había dejado a su disposición. Sabía que el gesto la pondría en una posición incómoda, pero también confiaba en que ella no abusaría de la oportunidad. Hayley era prudente por naturaleza, y aunque tenía la libertad de gastar cuanto quisiera, Evan estaba convencido de que su esposa evitaría cualquier gasto excesivo. Era parte de su esencia, esa mezcla de humildad y orgullo que tanto admiraba en ella.
Para él, sin embargo, el asunto era sencillo. Era su esposa, y su dinero también era suyo. No veía motivo alguno para que ella se contuviera. Compartir sus recursos con ella no solo era natural, sino que lo hacía con genuino agrado. En su mente, aquel gesto no era algo extraordinario, sino un recordatorio de que ella formaba parte de su vida de