Evan había fantaseado tanto con ese momento que, cuando finalmente ocurrió, le pareció irreal, como un sueño del que no quería despertar. Hayley le correspondía con la misma intensidad, y su mano, temblorosa pero decidida, la atrajo hacia él, eliminando cualquier espacio entre sus cuerpos. Sus labios se encontraron en un beso cargado de vehemencia y dulzura, un beso que parecía contener todas las emociones reprimidas que ambos habían acumulado. Los labios de la joven eran los más suaves y dulces que había probado jamás, y por un instante, el mundo dejó de existir para ellos.
Sin embargo, como un balde de agua fría, la realidad lo golpeó de repente. Evan cayó en cuenta de que solo llevaba una toalla cubriendo sus caderas. La vergüenza y la conciencia de su impulsividad lo hicieron separarse abruptamente, dejando a Hayley entre confundida y sorprendida. Su mente, hecha un lío, gritaba. ¿Qué es lo que había hecho? la culpa lo invadió.
“¡Oh, por Dios! ¡La he besa