La sala de espera de la clínica estaba impregnada de una tensión palpable. Hayley había sido ingresada de urgencia tras romper fuente, y aunque los médicos habían asegurado que tanto ella como los gemelos estaban bien, la incertidumbre de lo que estaba por venir pesaba en el aire. Evan, sentado en un sillón, miraba constantemente el reloj, cada segundo se sentía como una eternidad. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos, mezclándose con los murmullos de sus padres, quienes se mantenían a su lado, compartiendo su ansiedad.
A medida que el tiempo avanzaba, la preocupación en la sala crecía. La noticia de que uno de los bebés tenía el cordón umbilical alrededor del cuello había sacudido al pequeño grupo. Evan se levantó, caminando de un lado a otro, incapaz de permanecer quieto. Su mente estaba llena de imágenes de Hayley, de su amor, de la vida que estaban a punto de construir juntos.
—¿Por qué está tardando tanto? —preguntó Evan, su voz temblando levemente.
—Los médicos saben