Horas más tarde y tras un largo día de trabajo, Hayley se dirigía hacia la estación de transporte público. La brisa nocturna acariciaba suavemente su rostro mientras esperaba el autobús que la llevaría a casa. Sin embargo, no tuvo que esperar mucho. Un automóvil se detuvo junto a ella, el ronroneo del motor interrumpiendo el silencio de la calle. La ventanilla del vehículo descendió lentamente, revelando a Jared, su compañero de trabajo, quien la observaba con una sonrisa ladeada y un brillo divertido en sus ojos grises.
—Parece que el destino insiste en que coincidamos de nuevo —dijo Jared con un tono juguetón.
Hayley lo miró, notando una vez más lo atractivo que era. Su piel bronceada contrastaba con el cabello castaño oscuro que caía ligeramente desordenado sobre su frente. Sus rasgos faciales bien definidos le conferían una apariencia madura, aunque apenas tenía veintisiete años. Jared sabía el efecto que causaba en las personas, y ese gesto seguro y coqueto era prueba de ello.
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