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Sol dio un grito de emoción y corrió hacia Sofía, envolviéndola en un gran abrazo. Era una joven vivaz, llena de energía y con una alegría contagiosa. Desde su llegada, su carácter chispeante había iluminado los días en la casa. Sofía aún recordaba con gracia el momento en que Sol supo que ella era la esposa de Fernando. Había reaccionado con un entusiasmo desbordante, como si fuera el mejor acontecimiento del mundo. Para Sol, estaba más que claro: Sofía era bienvenida a la familia.
—¡No puedo creerlo! —había exclamado Sol en su primera cena juntos—. Alguien que soporta a mi hermano... ¡Eres una santa! —Había bromeado entre risas, causando que Sofía apenas pudiera disimular su incomodidad.
Fue en ese momento que Sofía entendió que Fernando no le había contado a su hermana nada sobre el acuerdo matrimonial. Las pruebas llegaron cuando Sol, con una sonrisa maliciosa, los obligó a prometer que pronto la convertirían en tía. Sofía casi se atraganta con su bebida, pero decidió no desmentir