El cielo cambió.
Primero fue una grieta imperceptible entre las nubes. Luego, un destello en lo alto, como si una estrella hubiese caído y no quisiera apagarse.
Pero en los reinos ocultos, donde el tiempo y la memoria se doblan, el cambio fue inmediato.
El Olvido despertó.
No como una criatura, ni como una deidad… sino como una conciencia sin rostro. Un susurro multiplicado. Un lenguaje sin voz que se filtraba en las grietas del alma.
Y su primer pensamiento fue claro:
“El niño ha recordado.
El mundo ha visto.
Debo borrarlo.”
Aeryn y Lucien despertaron dentro del templo, aún abrazados, el altar detrás de ellos consumido por cenizas brillantes. El aire era denso, saturado de energía antigua. La verdad se había liberado.
Lucien fue el primero en notar la herida.
No era profunda, pero ardía: un pequeño corte en su pecho, justo sobre la antigua marca lunar. No lo había hecho nadie allí. Fue el recuerdo mismo… grabándose de nuevo.
—Nos marcó —dijo Aeryn, observando que ella también tenía u