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🌕 Capítulo 5 — La Marca del Origen

El amanecer no trajo paz.

Los primeros rayos apenas tocaban los bordes del refugio cuando una caravana silenciosa apareció entre los árboles. No hubo gritos, ni aullidos. Solo una presencia imponente que incluso el bosque pareció respetar.

Lucien ya los esperaba. Había sentido la llamada ancestral, un eco que corría por la sangre de los alfas. Una advertencia: La Manada Suprema se aproxima.

Aeryn lo observaba desde la ventana, con el corazón apretado. Sabía lo que significaba.

—Van a juzgarnos —dijo, sin necesidad de que él lo confirmara.

—Van a juzgar a nuestro hijo —corrigió Lucien, con los ojos helados—. Pero no dejaré que lo toquen.

Ella sintió una punzada en el vientre. El bebé se movía. No de miedo… sino como si también estuviera listo para resistir.

La primera era una mujer: Kaela, alfa de la manada de niebla. Su cabello plateado caía como un río de hielo sobre sus hombros. Observó a Aeryn con una mezcla de respeto y desconfianza.

—Dicen que llevas en tu vientre al heredero del Equilibrio —dijo—. Y que esa criatura puede alterar las líneas sagradas del tiempo.

El segundo, un lobo viejo llamado Merik, hablaba con voz profunda:

—También dicen que compartiste cama con el vampiro asesino de alfas. ¿Nos puedes jurar que esa criatura no es engendro de su sangre?

Lucien rugió de inmediato, poniéndose delante de Aeryn.

—¡Cuidado con tus palabras!

Aeryn, sin embargo, alzó la mano. No se ocultaría. No después de todo.

—Es cierto que conocí a Caius —dijo con voz firme—. Pero lo rechacé. Y cuando quiso tomarme por la fuerza, fue Lucien quien me salvó. Este niño es suyo. Y mío. Nadie más tiene derecho sobre él.

Kaela dio un paso al frente.

—Lo que nos preocupa no es solo quién lo engendró… sino qué será cuando nazca. Ya ha desatado energía que ni los nuestros ni los tuyos comprenden.

—Es un niño —dijo Aeryn, bajando la mirada a su vientre—. Pero si quieren respuestas, deben saber la verdad.

Selene entró en la sala en ese instante, llevando un libro antiguo con cubiertas de hueso.

—El niño no solo es un híbrido —anunció, abriéndolo—. Hemos confirmado que su alma está marcada. Su energía vibra con los registros antiguos. Este niño... es la reencarnación de Il’varen.

Los alfas retrocedieron como si una tormenta se hubiera soltado sobre ellos.

—Eso es imposible —susurró Kaela—. Il’varen desapareció hace milenios. Su espíritu se perdió con la caída de los Puros.

Lucien frunció el ceño.

—¿Qué son los Puros?

Merik lo miró con gravedad.

—Los primeros hijos de la Luna. Ni licántropos ni humanos. Criaturas del equilibrio. Fueron exterminados cuando el poder se volvió más importante que la armonía.

Selene cerró el libro.

—Y ahora, ese equilibrio... regresa en este niño.

El silencio fue cortado de golpe.

Un sonido agudo rasgó el aire, como un cristal quebrándose en mil fragmentos invisibles.

El refugio tembló.

Y Aeryn gritó.

Lucien la sostuvo cuando su cuerpo se inclinó hacia adelante. El vientre ardía. Pero no era dolor físico. Era como si el niño reaccionara al miedo… o a algo que se acercaba.

—¡Está despertando! —gritó Selene— ¡El Cazador está intentando forzar un salto!

Kaela y Merik se posicionaron de inmediato. Los otros alfas formaron un círculo protector.

El suelo se abrió.

Del centro del santuario surgió una grieta negra, como una cicatriz en el aire. El tiempo mismo se quebraba ante ellos.

Y de la grieta… surgió una figura.

El Cazador.

Pero no estaba solo.

A su lado, flotando con el cabello enredado en oscuridad y los ojos sin vida, estaba Elaena.

Aeryn se quedó sin aliento.

—¡No… no puede ser…!

Lucien la sujetó con fuerza.

—¿Quién es ella?

—Mi hermana…

Elaena, a quien había enterrado hacía años tras un ataque vampírico. Ella, que siempre había sido luz, alegría. Ahora era una marioneta en manos del enemigo.

—La rescaté del olvido —dijo el Cazador—. Pero cada segundo de vida que conserva, se lo debe a mí. Está aquí para recuperar lo que me pertenece.

Aeryn lloraba, sacudida por el conflicto.

—¡Elaena, por favor, escúchame! ¡Eres tú! ¡No eres su arma!

La mujer avanzó. Silenciosa. Con una daga envuelta en magia temporal. Sus ojos no la veían.

—No tiene conciencia —murmuró Selene—. Solo instinto. Solo una orden: destruir al niño antes de que nazca.

Lucien se interpuso. Los alfas rodearon a Aeryn. El combate fue brutal.

Kaela desató un aullido que congeló las paredes. Merik embistió con una fuerza que hizo colapsar parte del techo. El Cazador manipulaba segundos como armas, duplicando ataques, borrando movimientos.

Lucien peleaba como un demonio. Cada golpe, cada mordida, era por ella. Por su hijo. Por su historia.

Aeryn cayó de rodillas. El vientre ardía con una luz blanca.

Elaena se acercaba.

—Por favor… —susurró Aeryn—. Si aún queda algo de ti…

La hermana levantó la daga.

Pero el bebé se defendió.

Una explosión de luz estalló desde Aeryn, formando un círculo de energía lunar que repelió la oscuridad.

Elaena cayó de rodillas, gritando.

Y por un instante… sus ojos se aclararon.

—¿Aeryn…?

—¡Sí! ¡Estoy aquí!

—¿El bebé… lo protege…?

—Sí. Él quiere que vivas.

El Cazador gritó de rabia. Tocó a Elaena y ambos fueron absorbidos por la grieta, antes de que Selene pudiera sellarla.

Todo quedó en silencio.

El combate había terminado. Por ahora.

Esa noche, Aeryn lloró en brazos de Lucien.

—Mi hermana… sigue viva. Pero lo que le hicieron…

—La traeremos de vuelta —prometió él, acariciando su cabello—. No vamos a perderla.

—Lucien…

—¿Sí?

Ella tomó su mano y la colocó sobre su vientre.

—Quiero que jures que no importa lo que digan los alfas, los cazadores o el pasado… este niño crecerá sabiendo que fue amado.

Lucien bajó la cabeza hasta besar el vientre.

—Juro que lo protegeré con mi vida. Que tú serás mi luna. Y él… nuestro legado.

Los alfas se marcharon al amanecer.

Kaela, antes de irse, se acercó a Aeryn.

—He visto muchas cosas, pero nunca algo como esto. Tienes mi respeto. Y mi ayuda si la necesitas.

—Gracias —susurró Aeryn.

Merik se despidió con una advertencia:

—No todos estarán de tu lado. Algunos verán a tu hijo como un milagro. Otros… como un peligro. Prepárate.

Esa noche, en una cámara escondida fuera del tiempo, el Cazador hablaba con una figura encapuchada. No era Caius.

Era alguien aún más antiguo.

—Fallaste —dijo la figura—. Y revelaste demasiado.

—No. La reencarnación ha comenzado. Il’varen ha despertado… pero aún no recuerda quién fue. Y mientras sea niño… será débil.

La figura sonrió.

—Entonces es momento de traer al tercer jugador al tablero.

—¿Estás seguro?

—Sí. Es hora de que el verdadero padre de la guerra despierte.

Y con eso, el tablero del destino se tambaleó.

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