El avión aterrizó entre nubes grises y una llovizna persistente. Londres los recibió con su clima habitual: frío, húmedo, como si nada hubiera cambiado desde la última vez que Victoria estuvo allí. Apenas bajó del avión con los dos niños, una mezcla de sensaciones la golpeó con fuerza. Caminó por los pasillos del aeropuerto con Diana en brazos y Santiago aferrado a su abrigo. Sentía un nudo en la garganta que no terminaba de deshacerse. Todo le resultaba familiar , jamás pensó que volvería al lugar que había prometido no regresar nunca más. Le temblaron las manos por un momento, pero se obligó a mantener el paso firme. No era tiempo de quebrarse. No delante de los niños. Salieron del aeropuerto y tomó un taxi. Dio la dirección del departamento que había alquilado en línea mientras estaban en el avion con voz baja pero firme. El conductor apenas le respondió, mientras arrancaba por la autopista envuelta en neblina. Santiago miraba por la ventana, curioso mientras Diana dormía
Victoria no podía quedarse allí un segundo más. Tomó las bolsas con las compras con una mano temblorosa y abrazó a Diana con el otro brazo, mientras Santiago la seguía en silencio, aún confundido. Caminó con pasos rápidos hasta salir del centro comercial. Afuera, el aire frío le golpeó la cara como un baldazo de realidad, pero al menos la ayudó a calmar el ardor que sentía en los ojos.Pidió otro taxi, sin mirar atrás. Mientras los niños se acomodaban en el asiento trasero, cerró los ojos por un instante y respiró hondo. Necesitaba serenarse, aunque por dentro estuviera hecha pedazos.—Vamos a casa —murmuró .Pero antes de volver al departamento, hizo una parada más. Con la poca energía que le quedaba, entró a una tienda de muebles usados y buscó lo esencial: una cama para ella, dos camas pequeñas para los niños, un sofá sencillo y una mesa con sillas. Todo lo más económico posible. Pagó con lo poco que le quedaba y pidió que se lo enviaran ese mismo día.Cuando finalmente llegaron al
POV: Victoria Kaiser Lo miré. Por varios segundos más, Alejandro Toscano no apartó su mirada de mí. Sentí cómo sus ojos se clavaban como agujas heladas, explorándome, analizándome… No había expresión en su rostro, solo una intensidad que me dejó clavada en el lugar. ¿Y este señor por qué me mira como si fuera una hoja de Excel con errores? pensé, intentando mantener la compostura. Luego, como si de pronto le molestara haberme dedicado tanto tiempo, frunció el ceño con fastidio y caminó con pasos firmes y rápidos hacia la oficina del fondo. Las puertas se abrieron solas, gracias a uno de sus guardaespaldas, y él desapareció sin volverse. Me quedé helada, con las manos aún aferradas al borde del escritorio. Sentía que había dejado de respirar por unos segundos. Cuando pude moverme de nuevo, me acerqué con cautela a Claudia, que estaba revisando unos papeles sobre una carpeta. —Disculpe, señora… —dije en voz baja—. Pero… ¿quién es ese hombre? Ella alzó la vista, con evidente sorpres
~( Narrador Omnisciente )Alejandro la miraba.La miraba como si cada línea de su rostro, cada curva de su cuerpo, cada mínimo detalle de su presencia tuviera algo que le interesara más de lo que estaba dispuesto a admitir.El café aún humeaba sobre su escritorio, pero sus ojos no se apartaban de Victoria.Bajo su atento escrutinio, ella comenzó a sentirse incómoda.Era como si él pudiera ver más allá de su apariencia . Era como si esos ojos grises, fríos y calculadores, pudieran desnudarla hasta el alma, exponiendo todos sus secretos.Victoria sintió que el corazón le latía demasiado rápido, como si quisiera salirse de su pecho.Pero no dijo nada.Alejandro tampoco. Solo la miró unos segundos más, con un brillo en la mirada que parecía tan peligroso como hipnotizante.Entonces, con un leve movimiento de cabeza, le indicó que se marchara.Victoria asintió de inmediato y giró sobre sus talones con torpeza, sosteniendo aún la bandeja vacía. Salió de la oficina con una mano en el pecho,
POV : Victoria Kaiser No entendía muy bien qué acababa de pasar. Apenas sentía mis manos. Me temblaban, sangraban, ardían. Como si todo lo que había vivido en los últimos minutos fuera parte de una pesadilla que no terminaba de procesar.Me incorporé como pude, con la respiración entrecortada, y me volví hacia el hombre al que acababa de salvar.—¿Está usted bien? —pregunté, con la voz débil, todavía aturdida.El imbécil ni siquiera me miró. Me empujó con violencia, sin decir ni gracias ni maldita sea, y caí de espaldas al suelo, raspándome las rodillas contra el asfalto como si fuera una niña de cinco años aprendiendo a andar en bici.—¡Quítese, estúpida! —gritó.Me quedé allí, sentada en medio de la acera, con la falda arrugada y las medias rotas, viendo cómo se lanzaba otra vez hacia la carretera, directo a su perdición.Y fue entonces cuando todo se volvió más raro.Una furgoneta negra se detuvo en seco frente a él. De ella salieron dos tipos trajeados, como sacados de una pelícu
—¿¡Qué carajos espera entonces!? ¿Quiere que la despida?Tragué saliva. Sentí que el corazón me iba a reventar dentro del pecho. Las piernas me temblaban como gelatina mal puesta y, por un segundo, pensé en correr… pero ¿a dónde iba a ir? ¿A llorar a una esquina? No. No podía perder este maldito trabajo.Pensé en mis hijos. En sus caritas dormidas, en los cuentas por pagar, en el alquiler que ya me tenía con taquicardia. Cerré los ojos un segundo y asentí, derrotada.“Esto lo hago por ustedes”, me dije por dentro.Me quité los tacones primero, con manos torpes. Luego las medias. Cuando mis piernas quedaron al aire, me sentí desnuda, como si estuviera en medio de una pasarela sin ropa. Alejandro me miraba. Sin vergüenza, sin disimulo. El descarado tragó en seco. Me miraba como si fuera un postre de tres chocolates.Quise gritarle algo como "¿te sirvo con cucharita o tenedor?", pero me contuve.Caminé hasta la escalera de la piscina como si estuviera yendo a mi propia ejecución. Dudé un
POV : Alejandro Toscano Jamás pensé que una maldita bata y un par de calzones de diseñador me fueran a arruinar una reunión con todos los socios de la empresa.Estaba sentado en la punta de la mesa más larga del maldito mundo, rodeado de hombres con trajes caros y sonrisas hipócritas, hablando de acciones, balances y no sé cuántos millones de dólares flotando en el aire. Todos me miraban esperando respuestas, estrategias, números. Y yo... yo solo podía mirar la pantalla de mi computadora como un idiota.Ahí estaba ella.Victoria.Moviéndose por el baño como si fuera su camerino privado. Desnuda bajo la bata, con el cabello aún húmedo, sin saber que la cámara del rincón la observaba. Que yo la observaba.Tragué en seco. Santo cielo.Cada vez que se movía, cada vez que esa maldita tela se deslizaba por su piel, yo me tensaba más. El cuello de mi camisa parecía apretarme como si alguien me estuviera ahorcando con estilo. Los músculos de mi mandíbula estaban tan duros que parecía que iba
El aire era denso en el pequeño departamento. Apenas eran las nueve de la noche , pero las paredes ya parecían encogerse sobre sí mismas, como si quisieran aplastarla lentamente. Victoria Kaiser estaba en el suelo del baño, con la espalda apoyada contra la fría cerámica, las rodillas encogidas contra el pecho y los dedos temblorosos aferrados a un pedazo de plástico blanco. La prueba de embarazo marcaba un resultado claro, innegable. Positivo. Sus ojos, hinchados y enrojecidos, no dejaban de mirarla como si, con suficiente fuerza de voluntad, el resultado pudiera cambiar. Pero no lo hacía. Seguía ahí. Una simple palabra impresa que desmoronaba lo poco que quedaba de su mundo. Las lágrimas no salieron de inmediato. Fue como si su cuerpo estuviera en shock, congelado entre la incredulidad y el terror. Pero cuando por fin empezó a llorar, lo hizo con un dolor tan profundo que parecía nacer desde sus entrañas. Sollozaba con la boca cerrada, tragándose los gritos, mientras su pecho