15. Tú eres mía
Sus dedos rozaron el borde de la máscara, y por un segundo creí que lo haría. Que se quitaría esa maldita máscara y me permitiría ver el rostro del hombre que me había marcado de por vida. El rostro del que, en lo más profundo de mi alma, sospechaba que podía ser el padre de mis hijos.
Pero no lo hizo.
Su mano tembló apenas y entonces, su voz, esa voz que me envolvía como una bruma venenosa, habló:
—No, muñequita —dijo con una sonrisa torcida que pude sentir, aunque no verla del todo—. Si me ves el rostro… se acaba el juego. Y resulta que aún sigo queriendo jugar contigo… un poco más.
Sentí cómo la furia se encendía en mi pecho como una chispa cayendo sobre gasolina. ¿Un juego? ¿Para él esto era un juego?
Me acerqué con pasos decididos, con el corazón en guerra contra cada parte de mí que todavía reaccionaba a su cercanía. Lo miré, deseando arrancarle esa máscara con mis propias manos.
"Solo quería verte…" pensé. Solo quería saber si eras tú. Solo quería entender por qué mi alma se es