88. Limpiar su nombre
El pasillo estaba vacío.
O eso creyó hasta que captó un aroma familiar.
El único macho que siempre había tratado a Lana como si fuera una persona, no un objeto del harén.
Caius.
El macho dio un par de pasos rápidos cuando la vio. Sus ojos, normalmente risueños o burlones, ahora se abrieron con un golpe de horror.
—Lana.
Él llegó a ella en dos zancadas, tomó su rostro entre sus manos y la inspeccionó como si temiera encontrar heridas ocultas.
Lana parpadeó, sorprendida por el contacto cálido, protector.
—Caius, estoy bien.
—No, no lo estás —murmuró él con voz baja como si temiera que las paredes escucharan—. ¿Qué demonios te hizo el Alfa? ¿Estás... herida? ¿Alguien te tocó?
Lana negó suavemente.
—Estoy bien —repitió.
Caius frunció el ceño.
—Lana...—Sus manos descendieron a sus brazos—. ¿Qué pasó? No estaba en la manada hasta ahora. ¿Te dio un castigo?
Ella tragó saliva.
Sus ojos se nublaron por un instante, pero respiró profundo, obligándose a retomar la compostura.
—Sí, ahora me ocupo