62. Perdiendo el control

Estaba de pie, con los brazos cruzados y aunque ninguno de los Alfas presentes lo admitiera, todos lo miraban con la misma mezcla de temor y expectativa.

—No permito que nadie toque a las hembras de mi manada —escupió—. Ninguna.

—Pero mataste a cinco, Eryx. Y dijiste que te faltan dos.

—A los que definitivamente encontraré y los haré pedazos —su voz era dura, destinada a destruir.

Nadie se movió por un momento.

Eryx miraba a todos con una frialdad helada, manteniendo la mandíbula apretada.

Solo uno, el más joven de ellos, murmuró desde la esquina.

—No puedes matar a los tuyos por una concubina —dijo rompiendo el silencio con una voz tensa.

Eryx enseguida clavó su mirada oscura en él.

—No eran de los míos.

—Eran parte de tu manada —insistió otro—. Y tú, Alfa, los mataste por una extranjera. Una hembra que no es tu Luna.

El gruñido que brotó de su pecho fue brutal.

Bajo.

Animal.

Tan amenazante que varios machos retrocedieron un paso atrás.

—Intentaron tocar lo que no les pertenecía —res
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