110. Engañó cruel
Lana abrió los ojos.
La cueva estaba iluminada por antorchas tenues.
Trató de incorporarse, pero un latigazo de dolor le atravesó la cabeza.
Gimió con los ojos apretados.
—Tranquila, tranquila, mi niña...
Una mujer se arrodilló junto a ella, tomándole el rostro con manos temblorosas.
Ella se asustó porque no recordaba nada.
No sabía dónde estaba, no sabía quién la había llevado a ese lugar, no recordaba... nada.
Su respiración se aceleró al darse cuenta.
—¿D-dónde...? —su voz sonó rota, extraña.
Un movimiento brusco a su lado la hizo sobresaltarse.
El médico, Axel, se inclinó de golpe sobre ella con los ojos aún encendidos por la adrenalina de la guerra y su clara preocupación por ella.
—No te levantes —ordenó con voz baja—. Te golpeaste muy fuerte la cabeza.
Lana parpadeó, confundida.
—¿Quién... quién eres?
Axel respiró hondo estudiándola.
—No te recuerdo —Lana tragó saliva.
La mujer la miró con angustia.
—Soy tu madre, Laura. ¿No me recuerdas tampoco, Lana?
Lana parpadeó.
Su respira