La calma que siguió al ataque psíquico inicial fue superficial, como una capa delgada de hielo sobre aguas turbulentas, Lía, en la vanguardia, sentía la quietud del Laberinto como la anticipación tensa de una emboscada, habían superado las proyecciones de trauma, pero el costo se medía en la paranoia de Seth y la fragilidad de Aiden.
“Avancemos, el Maestro está calibrando una nueva frecuencia,” ordenó Lía, su voz baja y concentrada.
Apenas se movieron diez metros, la niebla se cerró sobre ellos, esta vez, el ataque no fue un espejismo disperso para cada uno; fue una onda de choque psíquica dirigida con precisión quirúrgica, diseñada para anular la base de la formación: Ethan, el Ancla.
El Laberinto había identificado la amenaza real, la fuerza de Lía era inútil sin la lectura del Sensor (Aiden), y el Sensor colapsaba sin el Ancla (Ethan), si el Ancla fallaba, toda la estructura de mando se desmoronaría.
Ethan sintió la energía impactarlo como un muro sónico sin sonido, no era el dolor