Capítulo 94-Lina

—Recuerdo esa pelea como si hubiera sido ayer —Después de un tiempo entendí su preocupación. Supe que todo se debía a mi oscuro pasado.

—Ese hijo mío, con carácter de protector celestial; Se hacía difícil llevarlo. Ustedes son espaciales para él; mi las va a estar cuidando desde allá arriba —Apunta hacia el cielo—, tal cual niño prometió ese día. Es tan cascarrabias, que te puedo asegurar que está haciendo una revuelta allá, para que lo ponga como tú guardián.

—Seguramente —concuerdo.

Luego de despedirnos de los familiares y compañeros de Lucas, y de buscar a Gaby «que perdí la cuenta de cuántos cigarrillos llevaba», nos dirigimos al hospital a ver a mis padres; Le ofrecí a Gaby llevarla a su casa para que descansara, pero se negó, alegando que se iba a aburrir solo.

Al llegar al hospital, nos anunciamos en recepción, poco después nos escoltan hasta la habitación en donde se encuentran mis padres y nos hacen saber, que en pocos minutos la doctora se acercará para actualizarnos sobre el estado de ellos.

—¡Babú! —grita Aye, para luego saltar encima de mi mamá. Gaby la agarra justo en pleno ascenso.

—Con cuidado, princesa —le dice con cariño, sentándola en la cama al lado de mi madre.

—Hola, mi princesita —saluda mi madre con un beso en la cabeza, ya que Aye la tenía envuelta en sus brazos.

—¿Cómo está mi nieta preferida? —bromea mi padre.

—Abu, soy tu única nieta —entona con desdén, haciendo que ría.

— ¿Cómo están? —pregunto, sentándome en una silla en medio de sus camas.

Lucas y Gaby fueron los responsables de que mis padres estuvieran juntos en la misma habitación.

—Bien; la doctora nos dijo que en dos, o tres días, máximo, ya podemos ir a casa —explica mi madre.

—Van a venir a mi casa cuando salgan —les informo.

—No —expulsa a mi padre.

—¿Cómo qué no? No puedo cuidarlos si están en su casa.

—Si salimos es porque estamos bien; por lo tanto, nos vamos a nuestra casa —segura.

—Papá —suspiro—, no me hagas más complicado el asunto.

—Ya está tomada la decisión —Mira hacia tras de mí y fija la vista en Alex—. ¿Me la estás cuidando bien, hijo? —le habla en un tono de advertencia.

—Sí, señor; pero si me permite meterme en algo que no me corresponde, Lina tiene razón. Deberían ir a su casa cuando salgan de aquí —Gracias, alguien de mi lado.

—No vamos a molestar en casa ajena —afirma. Abro mi boca para decir algo, pero soy interrumpida por Alex.

—No es molestia, señor; ahí los podemos cuidar a los dos como es debido, y creo que Lina coincide conmigo al decir que no es casa ajena.

—Como dije antes, la decisión ya está tomada —Qué testarudo, Dios.

—Vamos, Rinaldi —se escucha la voz de Gaby—. Si quiere, podemos ir a mi casa y hacer unas pijamas —dice, sonriendo divertido.

—Tentadora la propuesta —empieza, y se escucha el gruñido de mi mamá—; pero ya recibí bastantes palizas por esta semana —pronuncia con velocidad, haciendo que Gaby se carcajee.

—Ya sabemos quién lleva los pantalones en casa.

—Y también quien los quita —retruca mi padre, guiñándole un ojo y logrando que esta vez, todos rían.

-¡¡Papá!! —exclamó—. Dios, dame fuerzas —Exagero, alzando la cabeza al cielo como si hablara con el todopoderoso.

— ¿Dónde está Lucas? —pregunta entrecerrando sus ojos, cuando se da cuenta que no tenía a su otro respaldo para hacerme pasar vergüenza.

Un silencio incómodo y una agachada de cabezas colectivas fue la respuesta.

—No pudo venir —intervino Alex, salvándome del mal trago.

Me giro y le agradezco en silencio, me dedica una sonrisa. No es momento para decirles lo que pasó con Lucas, todavía no.

—Bueno, joven —dice, volviendo la mirada a Alex—, cuando salgamos de acá vamos a retomar ese asado, ya ustedes también los quiero ahí —agrega lo último pasando la mirada hacia Erik. Tanto Alex como Erik asienten.

—Por supuesto, señor —afirma Alex.

—Vamos a estar ahí —segura Erik.

—Tienen que probar la carne argentina, es la mejor.

—Seguro ya la probaron —masculla Gaby.

—Gabriel, seré vieja, pero no sorda; cuidadito, jovencito, que todavía puedo lavar esa boca con jabón blanco —le reprende mi madre.

—Lo siento —dice bajando la cabeza.

Hay cosas que nunca van a cambiar.

— ¿Se puede? —suena la voz de una mujer que asoma la cabeza a través de la puerta.

-Si. Pase, doctora —responde mi madre.

— ¿Cómo han estado hoy? —curiosa, con una gran y exagerada sonrisa.

—Listo para ir a casa —dice mi padre.

—Buen intento, señor Rinaldi, pero les quedan al menos dos días más.

—Valía la pena intentarlo —esboza encogiéndose de hombros, sacando sonrisas de todos nosotros.

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