—Dije que no iba a tocarte por tiempo indefinido —le recuerdo, separándome de él. Con mucho esfuerzo, debo reconocer.
—Y yo dije que iba a ser yo quien te tocara —Me vuelve a llevar junto a su cuerpo, pegándome a él sin dejar que haya un centímetro de espacio entre nosotros—. Te deseo, ángel.
Enreda sus dedos en mi pelo, tirando con suavidad de mi cabeza hacia atrás para abrirse lugar a mi cuello, lo besa, pasa su lengua, luego sus dientes rastrillando mi piel y dando suaves mordiscos; sin poder evitarlo, gimo a su tacto, todavía sin mover mis manos sobre él, teniendo una guerra con mi maldito cuerpo traicionero para no tocarlo, para cumplir mi promesa de no hacerlo. Con su otra mano baja hasta mi culo, apretándolo contra sí y haciéndome notar su erección, acomodando su cuerpo a la altura justa para mi excitación y así frotarse en ese punto; Volví a gemir, casi rindiéndome a mi estúpida promesa de no tocarlo. Él seguía besándome con urgencia, succionando mis labios. Estaba a punto de