Al llegar a casa, después de guardar las maletas cada una en sus correspondientes habitaciones, Aye cumplió su cometido; Arrastró a Alex a su habitación para mostrársela y mostrarle sus juguetes, la mayoría ponis. Me acerqué con cuidado para escucharlos y ella le contaba que era la princesa de los ponis, que su misión en la tierra era cuidar de los ancianos; le contó lo que comían sus ponis y que eran mi madre y Tony los que les preparaban sus comidas. A mí nunca me nombró, y eso que más de una vez le he preparado sus tortas selva o sus brownies, los cuales los terminaba comiendo ella, alegando que los ponis ya habían comido mucho y no los quería hacer engordar. Alex reía divertido por todo lo que le decía ella, se lo veía tranquilo, cómodo. Decidí dejarlos solos, bajar a preparar café y algo para comer.
—Ahora entiendo porque están todos locos por esa niña —escucho a mi espalda y doy un respingo del susto, pero me incorpora rápidamente.
—Depende de cómo se definen los locos.
Se acerc