—Tenía dos posibilidades con respecto a lo que podías llegar a ordenar y no acerté en ninguna —habla, mientras toma su copa de vino, bebe un sorbo con sus ojos en los míos.
—Ah, ¿sí? Apuesto que una de ellas era que dabas por hecho que iba a ordenar ensalada —azuzo, arqueando una ceja. En realidad me encantan las ensaladas, pero hoy no me apetece; De hecho, lo que se me apetece tiene mucha ropa encima.
—Sí, es lo que hacen las demás chicas —asiente, y ese comentario me molestó un poco. ¿A cuántas invitamos a cenar? ¿A cuántas trajo a este lugar? basta; no vayas por ahí, Lina, que enseguida te salta tu lado posesivo y empiezas con la comunidad de castración y Alex no es de tu propiedad. De hecho, es un extraño.
—No soy como los demás —le comunico con desdén.
—Eso puedo verlo —si lo multarán por cada vez que hace esa media sonrisa, estaría en quiebra.
—¿La otra? —pregunto; me mira con desconcierto y me doy cuenta que piensa que le hablo de otra mujer, muerdo mi mejilla internamente para no reír—. La otra opción de lo que podía llegar a pedir —le aclaro.
—Comida Alemana. La mayoría de los turistas piden la comida oriunda del lugar.
—Ya probé la comida alemana, y... es buena —creo que no le convenció mi declaración.
—¿Pero? —indaga. Definitivamente, no le convenció.
-Nariz; tienen algo con las salchichas, ustedes —las palabras salieron de mi boca sin que pueda detenerlas.
—¿Con las salchichas? —curioso, divertido.
—Sí, es que... —mierda, me metí en un lindo brete—. Salchichas hechas de muchas maneras diferentes, y de todos los tamaños... es un poco intimidante tener una salchicha de 23cm envuelta en col en tu plato —para cuando terminé de hablar, él se estaba carcajeando.
—Salchicha de 23cm —repite, riéndose sin intenciones de parar.
—¿Qué? Tienes una mente sucia, Alex Betanckurt. ¿Podrías para reírte? —observo a los lados, notando a personas mirándonos, y él no para de reír.
—Lo siento, es que tu forma de describir las cosas es tan específica, que haces que veas casi lo mismo que ves en tu linda cabecita; por lo tanto, la mente sucia serias tú, no yo —ahora me acusa de pervertida. El muy desgraciado se imagina una salchicha de 23cm en el plato, y la de mente sucia soy yo.
Abro la boca, y ya me estaba pareciendo a Sole con esa reacción.
—No tengo la mente sucia —espeto.
—Me encanta lo que haces con tu nariz —dice, señalándola. Al menos cambió de tema, aunque fuese mi nariz el tema a seguir.
—Con la nariz? ¿Qué hago con ella? —pregunto, tocándomela.
—La arrugas, cuando te enojas; no, perdón: cuando te alteras —ahora me toma el pelo también.
—Sí, eso... eres la segunda persona que me dice eso —le indico.
— ¿Quién fue la primera? —interroga con seriedad.
—Lucas.
—¿Quién es Lucas? —pregunta con un tono medio... ¿irritado? Y sigue con su gravedad.
—Mi mejor amigo —le hago saber; Me mira intrigado.
—Pensé que tu mejor amiga era Sole —está muy curioso.
Creo que también es celoso, y es una estupidez enorme, ya que no nos conocemos.
—Sí, ella es mi mejor amiga; Después están Lucas y Gaby. Pero con Lucas tenemos una relación más estrecha.
—Crees en la amistad entre el hombre y la mujer? —pregunta.
Una pregunta que no quiero contestar, y menos si es Lucas el que está en medio, ya que con él tuvimos sexo; Aunque no fue nada para nosotros, sería una hipócrita decir que sí, pero es que la verdad así lo siento. Gaby es uno de mis mejores amigos, y con él no tuve nada.
—La amistad no tiene sexo —me limito a decir.
—Eso es trágico —habla finciendo seriedad, y después termina riendo al ver cómo lo miraba.
—No me refería a eso...
—Ya lo sé, solo quería ver tu nariz arrugada —entona. No encuentro divertido hablar de mi nariz; no tengo gestos lindos y mucho menos el de arrugar la nariz—. Tu teléfono —me señala.
—Mierda —exclamo al mirar el mensaje.
— ¿Pasó algo? —se interesa, mirándome con la frente un poco arrugada.
—Es Sole, está en el hotel con Erik... ¿Es que él no tiene su propia casa? —no puedo creer que me haga eso, me las voy a cobrar.
—Sí la tiene; seguro que tu habitación es más acogedora —bromea riendo.
—No es gracioso. ¿Qué se supone que voy a hacer ahora? —pregunto irritada con nadie en especial.
—Puedes venir a mi habitación —propone, elevándose de hombros como si no fuese gran cosa. Sí claro, esto es la típica parodia de caperucita y el lobo.
—No voy a hacer eso —niego con las palabras, niego con la cabeza; me niego rotundamente a ir a su habitación.
—Vamos, estoy en el mismo hotel que tú; y además, ya sabes, no voy a hacerte nada —se acomoda en el asiento y agarra su copa—. A menos que tú quieras —murmura, mirándome a los ojos por encima de su copa mientras bebe. Quiero que me hagas muchas cosas, y ninguna se puede nombrar en voz alta en este lugar. Compórtate, Lina. Voy a caer como una tonelada. Ya me lo estoy viendo—. Vamos, prometo portarme bien —jura levantando una mano.
—Bien; pero borra esa sonrisa de victoria de tu cara —aunque me gusta esa sonrisa, también me irrita, y me dan ganas de golpearlo.
—Sí, señora —hace un ademan militar y luego sonríe.
Por supuesto que sonríe, se salió con la suya. Olímpicamente.
Comimos con una charla trivial de por medio, a veces con sus indirectas, a veces con sus sonrisas; en realidad, esa sonrisa nunca se le borra y ya no me irrita tanto, creo que ya me estoy acostumbrando. Salimos del restaurante, nos acomodamos en el auto y emprendimos el viaje de regreso al hotel, cuya habitación está arriba de la mía «muy arriba», ya que la de él es la suite, era de esperarse. Una vez en el hotel entramos al ascensor en un silencio cómodo, dentro de este yo me encontraba mordiendo mi labio. La verdad es que estaba algo nerviosa y no ayudaba que me mirara de reojo. Tengo unos pensamientos lujuriosos con él y quiero sacarlos a como dé lugar de mi cabeza; el ascensor se volvió más angosto y el calor que sentía me estaba sofocando, el enorme abrigo que me llevaba estaba empezando a molestar.
—Deja de hacer eso, por favor —interrumpe mis pensamientos.
— ¿Qué cosa? —estoy desorientada, ya que estaba ensimismada en cómo sacar la ropa de un solo movimiento y hacerme con ese cuerpo.
—Morderte el labio —señala con su dedo índice mi boca.
—Lo siento, es un tic —me disculpo, aunque no sé por qué.
—No lo sientas, me gusta —admite con voz suave, casi en un murmullo.
—Entonces, ¿por qué no puedo morderlo?
—Porque me haces perder los estribos; si lo haces de nuevo, no respondo de mis actos —me advierte, girando hacia mí. Trago saliva y... ¿me arden las mejillas? Odio cuando eso pasa. Me muerdo de nuevo sin darme cuenta y cuando lo hago cerrar por un segundo los ojos, insultándome en silencio. No quiero provocarlo, no es mi intención—. Lo hiciste de nuevo —murmura, pero esta vez acercándose más.
Cada paso que daba hacia delante, yo daba uno hacia atrás, hasta que quedó contra la pared. Sola me arrinconé, por idiota. Me acecha cual fiera acecha a su presa. Da pasos, suaves y seguros, y lento yo solo tropecé hacia atrás, quedando pegada a la pared con el ardor invadiendo mis mejillas.
Posa su mano en mi nuca y tira de ella llevándome hacia sí, me besa con fiereza, presionándome más contra la pared. Coloco mis manos por su cabeza enredando mis dedos en su pelo, gimo, jadeo. Me alza y rodeo mis piernas en su cadera, pudiendo sentir así lo excitado que estaba; se frota contra mí, excitándome más, haciendo que todo yo arda por cómo se fricciona contra mi sexo con descaro.
—Sientes ¿cómo me pones? —murmura sobre mi boca, enfatizando las palabras apretando su sexo contra el mío—. ¿Sientes eso? —vuelve a frotarse contra mí ya besarme con fuerza, al punto de casi ser doloroso. Pero no tanto. Una de sus manos se clava en mi culo apretándome con fuerza, como si necesitara agarrarse para no caer y yo también lo tomo con fuerza de los hombros, yo si necesito agarrarme para no caer. Las puertas del ascensor se abren y salimos de este, sin separarnos y sin dejar de besarnos. Me baja cuando entramos en su habitación, cerrando la puerta tras él con el pie; nos separamos unos centímetros, mira mis ojos, mis labios, escruta toda la longitud de mi cara—. Tienes unos ojos muy bonitos, ángel —murmura reflejándose en ellos.
—Gracias.
—Te deseo, me estás volviendo loco —susurra, clavando sus dientes en el lóbulo de mi oreja. Besa mi cuello, besa detrás de mi oreja, baja por mi clavícula y besa la altura de mis pechos, y así hasta volver a mi boca; con sus manos bajas hasta el dobladillo del vestido, acariciando mi muslo desnudo, haciendo círculos con su pulgar, adentrándolo un poco más a la parte interna. Mi cuerpo se estremece con sus toques—. Date vuelta —ordena con voz ronca.