Estoy recostada en la cama, empezando con mi "plan maléfico", como lo llama Sole. Este es solo el primer paso de lo que viene, voy a dar vuelta la tradición, y además voy a demostrarle cómo se hacen las sorpresas; no se trata de maldad, nada de eso, solo voy a poner en práctica eso de la igualdad de género, del que muchas mujeres hablan, pero poco hacen. Y esta película que estoy viendo en este preciso momento, como ya dije, es el primer paso de mi plan.
—¿Qué haces? —curiosea Alex al entrar a la habitación.
—Veo una película —respondo sin siquiera mirarlo.
—¿Qué película? —interroga, posicionándose a mi lado.
—“Leap year” —Me mira sin entender, esperando que le cuente de qué va—. Se trata de una mujer que sigue a su novio hasta Irlanda, para pedirle matrimonio...
—Tiene que ser una película, por semejante fantasía —Mi yo interno, ese que es malditamente feminista, está echando humo por las narices por su comentario.
—¿Sabías que en Irlanda hay una tradición, la cual se explica en esta película? ¿Quieres oírla? —le pregunto elevando una ceja.
—Me la vas a contar igual —responde, acomodando la cabeza en mi regazo, mirándome desde abajo.
—En Irlanda, cada año bisiesto, es decir los 29 de febrero, se les permite a las mujeres pedirles matrimonio a los hombres. Solamente ese día pueden hacerlo —La cara que pone es de dibujitos animados, hago un enorme esfuerzo por no reír, mordiéndome el interior de mi mejilla.
—Eso no es cierto —demanda incrédulo, y me mira con el ceño fruncido.
—Es verdad, es una tradición real —hablo con toda la paciencia que no poseo.
—Eso es ridículo. El hombre es quien tiene que pedirle matrimonio a la mujer, eso es algo que nos corresponde —sentencia. ¡¡Que machista!!
—Alex, no seas tan obtuso, por Dios —Me hago la ofendida, pero en realidad esta situación me divierte.
—¿Yo obtuso? Vamos, Lina, sabes que no lo soy —reprocha; sé que no le está gustando esta conversación, y menos que lo acuse.
—Bueno, con este tema estás siendo bastante obtuso; es decir, ¿qué tiene de malo que una mujer le pida a su novio matrimonio?
—Es nuestro deber; es lo que define al hombre, el dar ese paso, y cualquier otro... Siempre tiene que estar por delante de la mujer —Lo interrumpo tirando de mis piernas hacia arriba, haciendo que gire sobre el colchón y caiga de culo en el suelo— ¡¡Mierda!! –vocifera.
—¿Qué estupideces son esas? Eres un condenado machista; no estamos en siglo XV, hoy existe algo que se llama igualdad de género.
Me enojé; no debería, ya que lo empecé yo, pero... ¡¡Ahhh!! Es demasiado escuchar lo machista que es.
—No soy machista, y sé lo de la igualdad de género; pero también sé que no se aplica en todo —habla elevando la voz.
—¿En qué no se aplica? ¿En las putas reglas de pedir matrimonio?
—Sí, en eso —Respira y fija su mirada en mis ojos—. Lina, es mi forma de pensar; yo no toleraría que tú me pidieras que me case contigo, eso es algo que tengo que hacer yo, como hombre. No se trata de machismo, sino de no perder algo de nuestra hombría —Se acerca a mí con su media sonrisa—. Además, estoy seguro de que no me pedirías matrimonio, por dos razones: la primera, eres muy orgullosa para hacerlo; y la segunda, aún no quieres casarte.
Está tan seguro que sonrío, porque me dijo lo que esperaba que dijera con solo un par de frases que intercambiamos. Toma mis piernas y tira hacia abajo, dejándome acostada, y se lanza encima, poniendo los brazos alrededor de mi cabeza.
—De todas formas, pienso que es machista tu pensamiento; no es una competencia de meadas, es pedir lo que uno quiere —Aunque ya haya conseguido lo que quiero, tengo que mantener mi posición un poco más.
—¿De verdad estamos discutiendo por esto? —Besa mi mejilla derecha—. ¿Por algo que no va a pasar nunca? —Besa mi mejilla izquierda—. ¿Por una condenada película? —Succiona mi labio inferior, y sé que es mi luz verde para ceder.
—Solo me molesta que una mujer no pueda pedir lo que quiere —hablo entre besos, los cuales les recibo muy gustosa.
—Puedes pedirme lo que quieras —declara sin dejar de besarme.
—¿Lo que quiera? —entono con voz cómplice.
—Lo que quieras —susurra en mi oído.
—Vámonos de viaje —le suelto; él detiene sus besos al instante y me mira serio por unos segundos.
—¿Un viaje?
—Sí, solo los dos.
Levanta con sutiliza una comisura de sus labios, formando esa media sonrisa ganadora.
—Bien —habla arrastrando la palabra—. ¿A dónde quieres ir? —pregunta, y besa la punta de mi nariz.
—A Gansbaai.
—¿A Sudáfrica?
—A Sudáfrica —repito—. Hay una isla, Seal, que me gustaría conocer, y bucear ahí —hablo con el tono más casual que podría llegar a salir de mis labios.
—Mmm... —Piensa—. No la conozco, a decir verdad.
—Bueno, podría ser nuestra primera vez.
—Bien, que sea nuestra primera vez —declara sonriendo.
Yo pego un gritito de alegría.
—Yo me encargo de todo —anuncio, y lo beso por toda la cara, haciendo que ría.
—¿Ves que no soy tan machista como piensas? —dice, acomodando un mechón de pelo rebelde que cayó en mi frente.
—¿Puedo pedir otra cosa? —pregunto, regalándole un sonrisa.
—Lo que quieras.
Le hago señas con mi dedo para que se acerque más, lo hace, y hago de nuevo señas para que lo haga aún más, para que acerque su oído más a mí.
—Quiero gritar tu nombre, mientras me vengo —susurro, y puedo sentir que sonríe.
Atraca mi boca con rudeza y presiona su cuerpo contra el mío. Abro mis piernas y las enredo en sus caderas, atrayéndolo más a mí.
—Te haré gritar mi nombre dos veces —susurra en mi oído.
Muerde mi lóbulo, agarra mis manos y las sube por encima de mi cabeza, besa mis labios, mi barbilla, mi clavícula, mi cuello, mis pechos. Toma con su boca mi pezón derecho, lo succiona y juguetea con su lengua. Baja su mano acariciando con suavidad mi piel hasta llegar al sur de mi cuerpo, con sus dedos se abre paso entre mis pliegues e introduce dos de ellos, haciéndome gemir. Comienza a moverlos en mi interior, haciéndome perder la cordura, mientras su boca atraca la mía y su lengua produce una guerra sin fin. Arqueo mi cuerpo buscando más presión en sus dedos, tengo mis manos aprisionadas por encima de mi cabeza por una de él y quiero soltarme, pero no cede a hacerlo.
—Quieta y disfruta —murmura contra mi boca.