—Quiero tocarte.
Él sólo chasquea su lengua, para después morder mi cuello. Quita sus dos dedos, para luego unir a un tercero a la exploración en mi interior. Con su pulgar hace presión en mi botón adolorido y comienza a moverlo de forma circular. Un calor interior recorre todo mi cuerpo conforme él sigue haciendo estragos en mi interior y en mi clítoris, hasta que todo se volvió confuso y un inminente orgasmo se apoderó de mí ser.
Besó las pocas cicatrices que me quedaron, y con su mano libre acarició cada centímetro de mi cuerpo. Como le pedí, y me aseguró que haría, grité su nombre dos veces en medio de cada orgasmo.
Al otro día, me dispongo a llevar a cabo la segunda fase del plan y llamo a Erik por teléfono.
—Erik, ¿puedes hablar?
—Si con eso te refieres a cierto alemán posesivo que está en una reunión, pues sí, puedo hablar.
—Bien, necesito que hagas lo que te pedí, en dos días tengo que estar en esa isla.
—Lo vas hacer, nomás —Suspira—. Lina, ¿estás segura? —¿Por qué todos preg