Capítulo 24.- Torres de cristal.
El eco de los disparos había quedado atrás, apagándose en la distancia como un mal presagio. El salón principal de la hacienda era ahora un campo de tensión absoluta, iluminado por las llamas temblorosas de los candelabros de hierro. El aire olía a pólvora y whisky derramado. Cyrus permanecía de pie, el arma aún en su mano derecha, la mirada fija en Balmaseda, que sonreía con la calma de un hombre que cree tener el control absoluto.
Blair, tras los barrotes, contenía la respiración. Podía sentir el pulso en sus sienes, como si su propio cuerpo le gritara que algo irreversible estaba a punto de ocurrir. Cyrus estaba allí, frente a ella, a unos metros, pero al mismo tiempo parecía inalcanzable, atrapado en un duelo invisible que se libraba en el terreno de las palabras y no en el de las balas.
—Eres predecible, Cyrus —dijo Balmaseda con voz grave, pausada, como un maestro que reprende a un alumno—. Siempre creí que tu mayor fortaleza era tu arrogancia. Ahora lo confirmo. No viniste co