Capítulo 23.- Asalto a la hacienda.
La noche envolvía la hacienda Balmaseda en un silencio tenso, apenas roto por el croar de los sapos y el murmullo lejano de la brisa que agitaba los árboles. Pero en la penumbra, entre sombras que se arrastraban como espectros, un grupo de hombres armados avanzaba en absoluto silencio. A la cabeza iba Cyrus, vestido de negro, con el rostro endurecido por la furia contenida. Ya no era el magnate altivo que dominaba juntas directivas con una sola mirada: era un depredador en su propio terreno de caza, dispuesto a todo para recuperar lo que le habían arrebatado.
A lo lejos, las luces amarillentas de la hacienda brillaban como faros de desafío. Era un edificio imponente, de muros altos y ventanas reforzadas, rodeado de hombres armados que vigilaban con cigarrillos en la boca y rifles colgando de los hombros. Cyrus alzó una mano y sus hombres se detuvieron. Con un gesto rápido, ordenó dividirse. Él mismo tomó el flanco más expuesto: no iba a dejar el riesgo a otros.
—Esta es mi guerra —m