El eco de sus propios pasos retumbaba en el pasillo de mármol de la mansión Ruiz. Isabel se detuvo frente a la puerta de la oficina de Mariano, respirando hondo. La desesperación se mezclaba con la determinación en su pecho. Había tomado una decisión: se iría.
Cuando abrió la puerta, se encontró sentado en su escritorio, hojeando unos documentos con el ceño fruncido. Sus ojos apenas se levantaron para mirarla.
—¿Qué quieres ahora? —su voz goteaba desdén.
Isabel apretó los puños. Llevaba días preparándose para este momento.
—Quiero el divorcio.<