꧁ ISABEL ꧂
Cuando tuve la certeza de que Alejandro ya se había marchado, cerré la puerta de mi cuarto con candado y encendí la laptop. La pantalla me devolvió mi reflejo en miniatura: los ojos un poco más oscuros, la piel con la marca cálida de la tarde, la mano donde el vientre latía como un pequeño tambor. Inicié sesión en Facebook con dedos que me temblaron apenas y busqué a Hugo. Lo encontré, su foto me pareció una promesa lejana. Abrí el chat y escribí sin florituras, con la urgencia apretada en la garganta:
“Hugo, necesito hablar contigo. Es urgente”.
Envié. Cerré la tapa de la laptop intentando respirar con calma y me senté frente a la mesa de dibujo. Saqué el portaminas, elegí un pliego en blanco y empecé a trazar plantas de la finca como si dibujar fuese un talismán. Las líneas me centraron. Cada trazo me devolvió un poco de pulso; la arquitectura me obligó a contar medidas en la cabeza, a contar recuerdos en escala humana. Dibujé la casa, los corredores, el invernadero; no c