Capítulo 30 - Decisiones

꧁ ISABEL ꧂

Llegué a la finca al caer la tarde, con el coche deslizándose por la entrada flanqueada de cipreses que olían a resina y a jardín regado. Desde la carretera ya se adivinaba la casa: un cubo de piedra clara coronado por cristales que reflejaban el cielo como si no pudiera decidirse entre opacar o enseñar su riqueza. Me hicieron bajar en el porche y, al poner un pie sobre el mármol que enfriaba las suelas de mis zapatos, sentí por primera vez con claridad que aquel lugar no era un refugio: era una vitrina enorme, perfectamente limpia para que yo quedara expuesta lejos de las miradas “importantes”.

Por dentro me hervía la rabia. Por fuera, la mansión ostentaba alfombras persas, lámparas de araña que lanzaban un brillo cremoso y cuadros con marcos dorados; todo un teatro diseñado para que mi presencia desapareciera sin ruido. Un jardinero pasó empujando una carretilla, y su mirada no cruzó conmigo; lo entendí: allí nadie buscaba mi mirada.

Sin pensar, miré el anillo en mi mano.
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