꧁ ISABEL ꧂
Me desperté con la bandeja todavía tibia a un lado de la cama; el aroma a calabaza asada y algo de jengibre me golpeó primero y me obligó a abrir los ojos. No tuve ganas de mirar el techo ni de contar las horas: lo único que me golpeó fue la imagen de su mirada, la forma en que me había mirado antes de irse —la mezcla de distancia que siempre traía y aquella puntual atención, rara, casi… humana—, y el hueco que dejó su marcha en mitad de la noche. ¿Por qué me dolía tanto que se hubiese ido? ¿Por qué me importaba si yo le resultaba tan indiferente?
Pasé la yema de los dedos por la orilla de la bandeja, como si el gesto pudiera anclarme a algo real. Me levanté con esfuerzo; el vientre me pesaba, me tironeaba en cada movimiento. La casa respiraba en su rutina: el murmullo lejano del personal en el pasillo, el zumbido tenue de los aires acondicionados, el chasquido de unas tijeras en el cuarto de plancha. Todo era normal y, aun así, yo me sentía desplazada dentro de ese escenar