꧁ ALEJANDRO꧂
La mesa del comedor quedó dispuesta como una escena preparada para una nueva costumbre: dos puestos juntos, casi rozando sus bordes, no en la distancia ceremonial de siempre, sino pegados, íntimos, como si una decisión invisible hubiera acortado las medidas del hogar. Las servilletas estaban dobladas en triángulos precisos; las copas de cristal devolvían la luz de la lámpara en destellos azules; en el centro, un arreglo bajo de flores blancas exhalaba un perfume limpio que se mezclaba con el aroma de la comida recién hecha. Ordené personalmente que los dos puestos se colocaran así. No fue un gesto casual: quise mostrar proximidad, exigir presencia. No supe en ese instante si para imponerme o para invitarla.
Le pedí a Braulio que subiera y la buscara con educación:
—Que baje, por favor—, dije con la voz que solemos usar los hombres que mandamos y esperamos obediencia. No pasaron cinco minutos cuando el mayordomo regresó con la misma compostura impecable y una noticia que e