꧁ ISABEL ꧂
Abrí los ojos y lo vi sentado al borde de mi cama. Sentí un abanico completo de sensaciones abrirse dentro de mí, como un abanico que chasqueó de golpe: ira, vergüenza, deseo. Me odié por el impulso absurdo de saltar sobre él, abrazarlo y hundir la cara en su cuello solo para robarle calor. Debí decirle que se largara, que saliera de mi cuarto, que me dejara en paz. No lo hice. Me quedé mirándolo mientras él me miraba con esa intensidad que ya había visto antes y que me había empeñado en negar.
El cuarto estaba en penumbra; la lámpara de la mesita dibujó un óvalo tibio sobre las sábanas y dejó el resto en un gris suave. Afuera, la noche se pegaba a los cristales con una bruma ligera; el reloj de la cómoda marcaba el tiempo con un tic-tac terco que parecía ralentizarse. Por un momento sentí que el aire entre los dos se congeló y que el mundo, simplemente, se detuvo. Escuché mi latido con una claridad insultante. Juré que escuché el suyo también. Lo pensé con una vergüenza ar