Las lágrimas le caían a Valentina sin control, empapándole las mejillas. Sentía que el alma se le desgarraba por dentro. No supo en qué momento se levantó de la cama; ni siquiera el dolor agudo en el vientre, la herida todavía reciente, consiguió detenerla. Había algo más fuerte empujándola, una necesidad desesperada de sacar el dolor de su cuerpo, de lanzarlo fuera antes de que la consumiera por completo.
Empezó a romper cosas. A tomar lo primero que encontraba y arrojarlo contra el suelo. Un florero estalló en mil pedazos. Un marco se partió al chocar contra la pared. Sus manos temblaban mientras arrancaba botones, mientras desgarraba telas sin mirar siquiera qué estaba destruyendo.
Hasta que lo vio.
El vestido de novia.
Había pedido que lo enviaran a la finca. No a Madrid, donde se suponía que sería la boda, elegante y perfecta, como ella siempre la había imaginado. No. Lo había querido allí, cerca de Isabel. Había planeado probárselo en la misma casa, pasearse con él como una vict