Sinopsis Roxanne Meyers ha sido traicionada por su esposo, un adicto a las apuestas. Justo cuando estaba esperando un hijo, el destino le da un golpe devastador: encuentra a su esposo siéndole infiel con su propia prima. En medio de su desgracia, aparece Salvatore Gianluca, un temido mafioso al que su esposo le debe una fortuna. Para cobrar la deuda, Salvatore se lleva a Roxanne, consciente de que a su esposo no le importa, pero haciéndola creer que tiene que pagar el precio... con un hijo, el hijo que ella está esperando. Lo que comienza como un frío contrato de maternidad subrogada no asentida por parte de ella, termina en una interminable lucha por Roxanne para salvarse de Salvatore, quien no la dejara ir tan fácilmente. Sin embargo, las emociones entre Roxanne y Salvatore se vuelven irresistibles, arrastrándola cada vez más hacia él. Pero, mientras los sentimientos florecen, hay algo que los mantiene divididos: el hijo que Salvatore desea y que Roxanne no está dispuesta a perder. ¿Podrá Roxanne salir ilesa de esta peligrosa relación o terminará sucumbiendo a las redes del implacable Salvatore?
Leer másRoxanne Meyers
El sonido del Doppler llenó la sala mientras el doctor movía el aparato sobre mi vientre. Mi corazón latía a la par del pequeño ser que crecía dentro de mí. Las lágrimas nublaron mi vista, por fin, después de tantos intentos fallidos, estaba embarazada.
—Felicidades, señora Meyers. Está embarazada de seis semanas.—El Dr. seguía explorando mi vientre, y no pude ocultar mis lagrimas, que extraña sensación tener a mi bebe allí dentro.
Apenas podía hablar, por fin lo había logrado. Abracé las imágenes del ultrasonido, sabiendo que esta noticia lo cambiaría todo, ahora si, mi familia estaba completa, suspire al pensar en él.
—Gracias, doctor —dije, aunque mi mente ya estaba en otra parte. Pensaba en Andrew, en lo feliz que estaría al enterarse.
Tres años de matrimonio y una vida fascinante. ¿Quién dijo que no se podía ser feliz en estos tiempos? Una hermosa mansión, una carrera prometedora y un esposo amoroso... realmente tenía mucha suerte de estar en este lugar.
—Señora Meyers. Afortunadamente, en esta ocasión logramos la fecundación sin ningún inconveniente, siempre dicen que la tercera es la vencida. Me imagino que su esposo estará muy feliz.
—No, él no sabe nada todavía, pero sé que la noticia le encantará. Doctor, de nuevo muchas gracias.—le dije en medio de suspiros.
—No tiene que darme las gracias, señora Meyers. La fecundación in vitro es un proceso bastante complejo, pero afortunadamente ha sido un éxito para usted. Aunque pasaron tres intentos, no hay mejor forma de tener un hijo que la fecundación natural.
—Lo sé. —respondí un poco frustrada.
Me quedé en silencio, procesando sus palabras. Mi esposo tenía problemas de fertilidad, así que habíamos recurrido a la fertilización in vitro con un donante anónimo, bajo las estrictas condiciones de un contrato de silencio y confidencialidad. No sabiamos quien era el misterioro hombre que había donado su esperma. Aunque me hubiera encantado tener un hijo de forma natural con Andrew, yo amaba a mi esposo y no iba a permitir que nuestra relación se estancara por la imposibilidad de tener hijos.
—Por favor, cuídese mucho señora Meyers—el Dr. Me dio unas recomendaciones y yo sali irradiando felicidad de aquel consultorio. Concentrada en las imagenes de aquel pequeño frijolito que se gestaba en mi vientre.
Cuando cruce la puerta al salir, me estrelle sin culpa con un hombre muy elegante, olía delicioso, levante la mirada y me sonroje.
—Disculpe—le digo mirándolo a sus enigmáticos ojos grises, unos ojos imposibles de ignorar.
Él apenas sacudió la cabeza y siguió su camino, sonreí de vergüenza, también segui el mio.
Con el corazón rebosante de alegría, me dirigí hacia la oficina de Andrew. Nuestra compañía era una importadora que mi padre me había heredado antes de morir, y que, con mucho esfuerzo y trabajo, había crecido hasta convertirse en un gran emporio, un lugar exitoso. Todo lo que yo tenía lo compartía con él, el amor de mi vida.
Aunque aún estaba muy pequeño, mi frijolito ya estaba sembrado en mi vientre. Solo era cuestión de tiempo y cuidados para que creciera y llegara a hacernos felices.
Al llegar a mi empresa, presioné el botón del elevador y subí hasta la presidencia. Sería una sorpresa, ya que Andrew no me estaba esperando; simplemente se pondría muy feliz al verme.
—Buenas tardes, Gisel—saludé a la secretaria de mi esposo y noté un ligero nerviosismo en su rostro.
—Señora Meyers, ¿cómo está? ¿Para dónde va?
—¿Cómo que a dónde voy? ¡Para donde mi esposo!
—Debo anunciarla—me sugirió con una voz temblorosa, algo que me pareció extraño. Yo era la copropietaria de la compañía.
—Para nada, Gisel. No tienes que anunciarme, soy la dueña de esta empresa. ¿Estás bien?
—Señora, por favor—dijo, levantándose de su escritorio y acercándose a mí, tomándome del brazo con un apretón que me resultó incómodo. La miré de reojo, sintiendo una furia que nunca había experimentado hacia ella, y me zafé de su agarre.
—¡No me toques, Gisel! ¿Qué pasa?
—Es que no puede ir a la oficina del señor sin ser anunciada; está en una reunión.
—¿Una reunión? ¿Pero con quién? ¡Soy yo la encargada!
Volvió a tomarme del brazo, y esta vez sentí cómo la ira me invadía y mi tono de voz cambió a uno lleno de enojo.
—¡Suéltame, Gisel, de una vez por todas! ¿Qué carajos pasa?
—Señora, no puede seguir—me miró suplicante—. El señor está en una llamada muy urgente. Me mataría si usted sigue sin su autorización. Compréndame, por favor, tenga compasión de mí.
Sus palabras no me conmovieron; solo despertaron aún más mi curiosidad. Así que, sin más, me adentré en el pasillo.
—Él no te va a decir nada porque yo no necesito autorización para caminar por mi propia compañía. ¿Entendiste? Así que no te preocupes.
Sacudí la cabeza, furiosa por la insolencia de la secretaria. Pero a medida que me caminaba por el pasillo que conducía a la oficina de Andrew, mi corazón comenzó a latir con fuerza y mis manos sudaron. Extraños sonidos emergían de su interior, y la imagen que se me presentó por la puerta entreabierta me dejó petrificada.
Él estaba con mi prima, Samara Meyers. La poseía con furia, sujetándola por detrás sobre el escritorio. Su mano tiraba de su cabello mientras una sarta de obscenidades brotaba de su boca. Estaban entregados al desenfreno… mi esposo… y mi propia prima.
Sentí cómo mi corazón se partía en mil pedazos mientras una oleada de angustia desgarradora se apoderaba de mí. Parpadeé con desesperación, restregando mis ojos, rogando que lo que estaba presenciando fuera una ilusión, ¡no podía ser real! Me negaba a aceptar que el hombre al que tanto amaba me estuviera traicionando de la forma más cruel. ¡No, por favor, no!
Me desplomé de rodillas ante esa escena infernal. Sus gemidos incontrolables llenaban el despacho, sordos a mi presencia, indiferentes a mi dolor. Estaban sumidos en su placer, ajenos a la devastación que su traición provocaba en mí.
Mi mundo se desmoronaba a pedazos, cada creencia, cada certeza que alguna vez tuve, se disolvía ante mis ojos.
—¡Malditos desgraciados! —solloce sin que ellos me escucharan, mientras la ira y la desesperación se fusionaban dentro de mí, consumiéndome por completo.
Tiempo despuésSalvatore Gianluca Ajusté el corbatín y me miré en el espejo. Mi barba estaba un poco más larga, y mis ojos, marcados por el tiempo, reflejaban un hombre más serio, más maduro.No es cierto, no era el tiempo ¡bromeaba! Seguía igual de seductor… solo habían pasado tres años. Pero entre Hope y Roxanne me estaban volviendo loco, robándome toda la calma.—¡Papi!La vocecita irrumpió en la habitación y suspiré antes de girarme.Qué chulada de mujercita.Vestida con un traje rosa pastel, su cabello ondulado recogido en dos coletas, su piel blanca y esas mejillas regordetas teñidas de un suave rosa… era perfecta.—Aquí está la reina de papá. —La alcé en brazos y besé su carita, embobado con sus ojos grises.—Papi, dice la mamá que si ya estás listo… que pareces señorita arreglándote.Rodé los ojos y negué con la cabeza.—Tu mamá es un poco grosera, no le hagas caso. Y sí, ya estoy listo.Unos pasos de tacones afilados resonaron en la habitación, y su perfume, ese que siempre
Salvatore Gianluca Logramos detener el ataque, aunque frente a nosotros todo estaba teñido por un visceral río de sangre. Sacudí la cabeza y me dirigí hacia donde yacía Violetta.Seguía con vida, custodiada por dos de sus hombres que intentaban auxiliarla. Verla en ese estado me provocó sentimientos encontrados: si la dejaba vivir, seguiría con su maldito hostigamiento; si la mataba, su padre vendría por mí, por todos nosotros. Y la furia de aquel capo era incontrolable.—Salvatore... ¡máteme! —susurró con voz débil, un escalofrío recorrió mi espalda—. Máteme, porque si me dejas viva, te juro que haré de tu vida un infierno. No importa dónde te escondas, iré por ti... y te mataré.—Si te mato, será tu padre quien venga por mí.Violetta tosió y un chorro de sangre escapó de su boca.—Mi padre está muerto —soltó con una sonrisa torcida—. Siempre se opuso a mis planes, intentó detenerme, pero ya sabes... los accidentes domésticos pasan todos los días.¿Qué? ¿Había matado a su propio pad
Salvatore GianlucaAl ver a esos hombres frente a mí, supe que mi destino estaba escrito. Di dos pasos hacia adelante con cautela. Sus ojos eran como verdugos acechando mis movimientos, y por un momento llegué a pensar que ese sería mi fin.—¿Quién los mandó? ¡Respondan! —grité.Dos de los hombres se rieron entre ellos, pero nadie dijo nada. Eso sí que era una verdadera tortura; odiaba el silencio y la incertidumbre.De repente, la puerta principal se abrió lentamente, y el chirrido de unos tacones resonó en la sala. Un llamativo aroma a perfume de mujer invadió el aire, y me estremecí.—¿Qué...? —titubeé al verla.—Salvatore, cariño, ¿cómo estás? Perdona la interrupción, pero a veces me gusta jugar un poco rudo.—¿Qué estás haciendo aquí? —bajé las manos y la miré, completamente confundido.—Ya sé que contigo las cosas no son fáciles, Salvatore. Por eso decidí venir por ti personalmente. No puedes seguir escapando de tu destino, mi amor.—¿Mi amor? ¡Estás completamente loca! —me cruc
Salvatore Gianluca. Fruncí el ceño al ver el gesto de mi escolta y respiré hondo, intentando calmarme.—Bueno, dejemos los sentimentalismos y pongamos la cabeza en lo importante. Necesito que todo esté listo lo más pronto posible. ¿Cuento contigo, Zane?—Cuenta conmigo, señor.—Perfecto. Tienes dos días. Son doscientos hombres, no cien, ni ciento cincuenta, son doscientos. Vamos a atacar a Renato de frente, sin rodeos, y depende de ti que la información no se filtre. No le dirás a nuestros hombres a dónde vamos. Simplemente llegaremos al lugar.—Dos días es muy poco, señor. Dame más tiempo.Me acerqué a Zane, chasqueando los dientes, consciente de que me estaba sacando de mis casillas. Rugí.—Escucha, Zane, puedes ser como un hermano para mí, pero en este momento no hay tiempo, y mucho menos margen para cometer errores. Es sencillo: necesito que organices todo. Evidentemente, voy a ayudarte con eso, pero necesito tu máximo esfuerzo. Renato me respira en la nuca. ¿Olvidas lo que nos
Salvatore Gianluca Consumido por el placer, recorría su cuerpo con la yema de mis dedos, maravillado por el don sublime de las mujeres: concebir vida. Sí, yo había puesto la semilla para que esa concepción fuera posible, pero Roxanne lo había entregado todo.Sus pechos, se descolgaban un poco de su posición, y sus pezones marrones estaban un poco ajados producto de la lactancia. Bajo ellos, una línea tenue aún se desvanecía, y su vientre, aunque no del todo plano, llevaba las huellas de la vida que había albergado. Sus caderas eran más anchas, su piel adornada con algunas estrías, testigos silenciosos de su transformación.En otro tiempo, quizá esas marcas no habrían sido de mi agrado, pero ahora, al recorrer cada centímetro de Roxanne, sentía que tocaba el cielo. Su cuerpo era mi adoración, y cada una de sus imperfecciones, mi deleite. Besarlas, venerarlas, jugar con sus senos, y, ¿por qué no?, concebir más hijos con ella.Roxanne comenzó a quedarse dormida. Su respiración se volvía
Salvatore Gianluca Era el hombre más detestable del universo. No podía tener cámaras en toda la casa, pero, aun así, las tenía. Y justo ahora estaba observando la de la habitación de Roxanne. Fue imposible no verla, con esas pequeñas manos, entregándose al placer.Yo nunca había sido fanático de masturbarme, pero esta vez no pude evitarlo. Verla disfrutar me hizo perder el control. Sin embargo, algo me desconcertaba: ¿lo hacía por mí o simplemente se dejaba llevar, pensando en otro hombre? ¿Acaso en mi ausencia hubo alguien más? Solo imaginarlo hacía que las manos me temblaran y los celos me devoraran por dentro.Pero, en el fondo, una pequeña esperanza ardía en mi pecho. ¿Y si, en realidad, pensaba en mí? La idea me consumió tanto que, cuando ella salió de la habitación, decidí hacerlo también. Necesitaba una excusa, cualquier pretexto que me permitiera saber si lo que había sentido tenía algo que ver conmigo.—Salvatore, hay que descansar.—Sí, debemos descansar —respondí, aunque mi
Último capítulo