Salvatore Gianluca
Al ver a esos hombres frente a mí, supe que mi destino estaba escrito. Di dos pasos hacia adelante con cautela. Sus ojos eran como verdugos acechando mis movimientos, y por un momento llegué a pensar que ese sería mi fin.
—¿Quién los mandó? ¡Respondan! —grité.
Dos de los hombres se rieron entre ellos, pero nadie dijo nada. Eso sí que era una verdadera tortura; odiaba el silencio y la incertidumbre.
De repente, la puerta principal se abrió lentamente, y el chirrido de unos tacones resonó en la sala. Un llamativo aroma a perfume de mujer invadió el aire, y me estremecí.
—¿Qué...? —titubeé al verla.
—Salvatore, cariño, ¿cómo estás? Perdona la interrupción, pero a veces me gusta jugar un poco rudo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —bajé las manos y la miré, completamente confundido.
—Ya sé que contigo las cosas no son fáciles, Salvatore. Por eso decidí venir por ti personalmente. No puedes seguir escapando de tu destino, mi amor.
—¿Mi amor? ¡Estás completamente loca! —me cruc