Leonard
Traté de callarle la boca con un beso. No un beso cualquiera, sino uno que deseaba prolongar. En ese instante, no me importaba lo que pensara o sintiera. Necesitaba dejar claro que no sentía absolutamente nada por Diana. No podía permitir que eso quedara en el aire, no mientras sus labios seguían cediendo bajo los míos.
Mis besos bajaron lentamente hacia su cuello, luego a su hombro. Sin pensarlo, deslicé el tirante de su vestido con torpeza, urgido por el deseo. Ella intentó detenerme, pero cuando fui yo quien quiso parar, noté que sus labios me buscaban otra vez. Me dejé llevar. La guié hasta el sofá, sentándola a horcajadas sobre mí. ¿Qué demonios estaba haciendo? Lo sabía: estábamos fuera de control, pero me importaba poco.
Comencé a quitarle el vestido con manos torpes por la ansiedad. Su ropa interior se rompió sin querer. Nos besábamos con desesperación. Mis labios bajaron a sus pechos y los succioné uno por uno mientras ella gemía suavemente, casi en susurros.
—Señor L