Analisse
Estaba recostada en la cama, con el mismo libro que había estado leyendo Leonard días atrás. Hablaba sobre imperios, sobre cómo grandes empresas nacían de la nada, sobre el rey de Babilonia y su ascenso económico. A veces pensaba que esos hombres antiguos eran unos idiotas obsesionados con el oro, con el poder... pero ahora, ahora que yo estaba viviendo mi propia guerra silenciosa, entendía que el dinero no era un capricho: era una necesidad. Una base. Una salvación a las necesidades humanas.
Mamá, gracias a Dios, ya estaba en quimioterapia. Estaba mejorando. Le dejé todo el dinero que tenía disponible en la cuenta bancaria, por si pasaba cualquier emergencia. Me esfuerzo por no sentirme sofocada, pero mi vientre ya se notaba un poco más grande y el peso de los días me tenía atrapada. Tenía ganas de correr, de huir de esta habitación, de esta mansión que no era mía, pero no podía. Tenía que esperar a que llegara el rey de este castillo y me dijera: “Puede irse. Tómese un des