El murmullo de la multitud seguía retumbando en la cabeza de Lucas mucho después de que las cámaras se apagaron.
Desde el fondo del auditorio había visto todo: la irrupción de aquella mujer (Paula), quien deducía era la esposa de Hyden, sobre todo por la palidez de él al verla y la sonrisa fingida de Carolina.
Él no solía detenerse en los dramas de los ricos; su trabajo era cuidar, no juzgar. Pero esa escena le había dejado un mal sabor en la boca, una sensación de descontrol que no podía sacudirse.
Carolina había salido corriendo, y aunque quiso mantenerse al margen, algo dentro de él lo empujó a seguirla.
No sabía si era instinto profesional o algo más… esa chispa incómoda que lo había perseguido desde la primera vez que la vio.
El recuerdo de su mirada —esa mezcla de orgullo y tristeza— le golpeó el pecho.
No podía dejarla sola, no después de eso.
No conocía la historia de la esposa de su antiguo jefe, pero estaba claro que, en ese triángulo, nadie había salido iles