Las risas nerviosas de algunos asistentes se mezclaron con el clic constante de las cámaras. Los periodistas giraron hacia ella, intrigados por aquella mujer que se atrevía a hablarle así a Hyden McKenzie, pero ninguno la reconoció.
Nadie sabía quién era, y eso la hacía aún más magnética.
Solo Hyden entendió el golpe. Solo él supo de qué hablaba.
El rostro de él palideció apenas un segundo antes de recomponerse, pero fue suficiente.
Paula lo había logrado. Había tocado el punto exacto sin siquiera pronunciar su nombre.
El silencio que siguió fue denso, incómodo, casi tangible. Hyden intentó disimularlo con una sonrisa forzada, pero el leve temblor en su mandíbula lo delató.
Paula lo miraba sin pestañear, disfrutando en silencio de cada segundo de su desconcierto.
Y entonces la vio: Carolina.
Su expresión era un poema.
Entre el orgullo fingido y la sorpresa contenida, la joven parecía debatirse entre sonreír y tragar saliva. Por primera vez, el brillo en sus ojos no era el de la conqui