—¡Suéltame! —Le dice Carolina a Hyden, tirando fuertemente de su brazo.
—¿Y ahora a ti qué te pasa?
—Justo esto me pasa. —Lo señala de arriba a abajo con la mano. —Tu actitud. Es obvio que estás celoso. ¡Si amas a tu esposa, ¿por qué rayos no lo dices y ya? —Le exige con lágrimas en los ojos y eso lo hace sentirse fatal. Pues le había prometido al reencontrarse que la haría muy feliz, y hoy, en cambio, la estaba haciendo llorar.
—No digas tonterías. No estoy enamorado de ella.
—¡Ja! ¡Ya no mientas!
—Te juro que no lo hago. —Se acerca a ella y la toma de los brazos.
—No te voy a negar que algunas situaciones me confundieron. ¿Pero a qué hombre no?
—¿Entonces admites que la quieres?
—Admito que confundí mi rabia con celos por un momento. Ella es mi esposa, y jamás imaginé que fuera capaz de engañarme y de verme la cara. Ahora que sé la verdad, entiendo que todo lo que sentía era por mi orgullo de hombre herido. A nadie le gusta que le vean la cara de estúpido.