Habían pasado ya algunos días desde el enfrentamiento final, pero la calma no llegaba del todo a la manada. A pesar del triunfo, las secuelas físicas del combate aún eran visibles. Muchos lobos estaban heridos; algunos de forma superficial, otros con lesiones más graves que requerían atención constante.
Por suerte, sus cuerpos se regeneraban con rapidez, pero incluso con esa ventaja natural, las heridas profundas necesitaban tiempo para cerrarse por completo. Zeira, la doctora, se había mantenido ocupada día y noche, corriendo de un lado a otro con vendas, ungüentos y sus conocimientos. Apenas dormía, apenas comía. Sabía que su manada la necesitaba más que nunca. Durante ese tiempo, su entrega había sido total.
Una vez que los más graves estuvieron fuera de peligro, y que el ambiente se sintiera lo suficientemente tranquilo, se organizaría una celebración. No solo como símbolo de victoria, sino como una manera de sanar el espíritu colectivo. La idea era clara: festejar lo que se había