El vestido negro se deslizó como agua nocturna sobre la piel de Mariana. Era un Versace prestado por la empresa para la ocasión, con un escote que dibujaba una perfecta V en su espalda y pequeños cristales que parecían estrellas atrapadas en seda. Frente al espejo de su habitación, apenas reconocía a la mujer que le devolvía la mirada.
—Pareces sacada de una película —dijo Sofía, sentada en la cama, observándola con una mezcla de admiración y preocupación—. Pero tus ojos... están apagados.
Mariana se giró, intentando sonreír mientras se colocaba los pendientes de diamantes que Alejandro había enviado esa mañana. Un regalo impersonal, entregado por su asistente con una nota escueta: "Para esta noche. A.D.V."
—Es solo cansancio —mintió Mariana, aplicándose un último toque de labial rojo—. Estas galas benéficas son agotadoras incluso antes de empezar.
Sofía se acercó, acomodándole un mechón rebelde.
—Te conozco desde que compartíamos sándwiches en la universidad. Esto no es cansancio —su