La noticia de la muerte del señor Antulio cayó como una bomba. Nadie podía creerlo. Aunque ya era un hombre mayor, se veía fuerte y lleno de vitalidad. Sin embargo, un repentino ataque al corazón lo fulminó una tarde, tomando a todos por sorpresa.
El velorio fue grandioso y elegante. Personalidades de gran renombre se hicieron presentes para rendirle un último homenaje y despedirse de él con respeto.
Grecia y Doris permanecieron unos minutos entre la multitud. Desde el rincón apartado en el que se encontraban, podían observar a la familia Alarcón. El señor Gustavo saludaba cordialmente a los asistentes; Farid, con semblante serio, sostenía a su madre, visiblemente abatida; Jimena sonreía con tristeza, sintiéndose en el centro de todas las miradas y Emanuel, de pie junto a su madre y su hermano, parecía un roble: erguido, con el rostro sombrío y la mirada perdida entre la multitud.
Grecia lo miraba con un profundo dolor en el corazón. Deseaba estar con él, abrazarlo, consolarlo… pero sa